El año pasado muchos espectadores se quejaron de que una serie tan caracterizada por su originalidad como es Doctor Who hiciese en su especial de Navidad una adaptación del archiconocido cuento de Dickens. Sospecho que este año, esas voces críticas van a estar más satisfechas.

Lo que a priori parecía un simple acercamiento a la obra de otro grande de la literatura, C.S. Lewis, se convirtió en uno de los capítulos más tiernos que se han emitido en esa serie. Porque era tierno ver como el Doctor, sólo de nuevo, acudía al rescate de la viuda que había sido amable con él. Y ver como intentaba hacer a los niños lo más felices posible antes de que tuviesen que darse de bruces con la cruda realidad de que habían perdido a su padre en la guerra.

No contentos con eso nos regalan una de las imágenes más bellas de la temporada, con los árboles enviando su energía vital al cielo por miedo a “la lluvia que quema”. Porque este episodio también recupera cierta facetas que Tennant le otorgó al Doctor y que se habían olvidado un poco en esta etapa: la inquebrantable fe en la humanidad aunque ésta cometa atrocidades como la de quemar un bosque entero para conseguir combustible.

Este episodio es un canto a las emociones y a la maternidad. Las madres son fuertes, pelean como leonas por sus hijos y al final salvan el día. Esto que voy a decir es tan sólo una impresión personal pero me parece que si Rose asumía el rol de amada, Martha de compañera de equipo y Donna Noble era la mejor amiga; Amy asume el rol de madre. La madre que espera por que vuelvas guardando tu sitio en su mesa. La madre que te reprende cuando te equivocas pero que siempre te recibe con un abrazo. La madre que es capaz de hacer llorar de felicidad al mismísimo Doctor.