En Anatomía de Grey parecen más que dispuestos a no darnos un segundo de respiro. Han vuelto del descanso invernal más dramáticos que nunca.
Tras la muerte de Henry, la Doctora Altman no es la misma. Primero vemos como ella y la Doctora Yang emprenden su propia penitencia por el fracaso de la operación que debía salvarle la vida. Teddy hace que Christina recite una y otra vez el procedimiento de la operación de Henry. Para desesperación de Kepner, con la que comparto la opinión de que todo eso era cruel e innecesario. Como también lo es el hecho de que Teddy se niegue a dirigirle la palabra a Owen Hunt y llegue a reírse de él junto a Christina.
Y seguimos con crueldades. El antiguo Jefe del hospital de pronto decide que es buena idea robarle las operaciones a Karev, engañándole e intentándole dar lástima y luego riéndose de él una vez lo ha conseguido. ¿Y eso por qué? Porque el buen doctor tenía que “enseñarle” a Alex Karev que nunca hay que dejar una operación. Ni siquiera para ser un buen compañero, ni siquiera para ser una buena persona. Bastante irónico si consideramos que Webber sigue ahí porque todos en el hospital en un momento u otro le han echado una mano. Como se ve en el último episodio, cuando todos tienen que ayudarle con el Alzheimer de su mujer y le regalan el pastel de cumpleaños de al pobre Zola para que celebre su operación 10.000.
Y volvemos a Owen Hunt y Christina Yang, que tienen una gran discusión debido a ese aborto de principio de temporada del que no se había vuelto a hablar. Las cosas no podían ser tan sencillas, no en Anatomía de Grey, y por fin Hunt deja salir todos los reproches que se había estado guardando dentro en una discusión muy dura entre la pareja.
Pero no todo son desgracias. El matrimonio Grey consigue la custodia de la pequeña Zola, en una de las pocas pinceladas de auténtica alegría de la trama. Y Sloan parece que reconduce su vida al lado de una oculista a al que todo el mundo adora y que recuerda bastante a Lexie.