La mayor fuerza de True Blood es también su peor debilidad. El absurdo puede ser hilarante pero es muy difícil manejarlo bien. Y todo se vuelve mucho más complicado todavía si el tema a tratar es la religión. En esta quinta temporada podemos decir que True Blood se ha comportado, pero aún así nos ha dado una temporada mucho más irregular que las anteriores.
Uno de los principales problemas ha sido el exceso de personajes. Temporada tras temporada se añaden nuevos personajes a Bon Temps y rara vez alguno de los antiguos nos abandona. Esto per se no es nada malo, pero esta temporada no han conseguido darles a todos tramas interesantes, convirtiendo a Laffayette en una especie de relleno, a Andy en una suerte de alivio cómico extraño y a Sam Merlotte y señora en la pareja más aburrida que he tenido la desgracia de ver en pantalla. Aún así los habitantes de Bon Temps son viejos compañeros y siempre es agradable verlos.
La Autoridad ha dado menos de lo que prometía, pero aún así ha sido la trama más solida de la temporada, la única que ha seguido cierta coherencia argumental. No ha sido una trama débil como la dedicada al Ifrit. Aparte nos ha dejado personajes interesantes como Salomé y divertidos como el reverendo Newin. Aparte de dejar claro que Sookie sigue teniendo sentimientos poderosos por Bill aunque éste ya esté en el punto de no retorno al fusionarse con Lilith.
El final de temporada deja claro que Lilith va a ser elpunto central también de la sexta temporada, dado que el cliffhanger no ha podido ser más brutal. Queda claro una vez más que para ser seguidor de una serie hay que cultivar la paciencia. Esperaremos impacientes a ver que nos ofrecen el año que viene. Praise Lilith.