Un fenómeno curioso sucede con las últimas temporadas de Supernatural (Sobrenatural) y es que no sabes por qué las sigues viendo, pero de repente aparece un nuevo episodio en tu ordenador. No sabes cómo ha llegado pero piensas “bueno, ya que está ahí”, y lo ves.
Así pasa episodio tras episodio, temporada tras temporada de Supernatural (Sobrenatural), la ves por inercia. No esperas que la arreglen, ni que vuelva a ser como las primeras temporadas porque en ese asunto sabes que no hay punto de retorno.
Mientras estás viendo el episodio la disfrutas, porque alguna escena buena tiene, porque alguna trama es interesante, por el humor, por los personajes secundarios, por Dean, y te importa poco que desbaraten la mitología, que por lo visto resulta que los Winchester son Dios y no nos habíamos enterado, no muy buenos, pero eso de investigar fenómenos paranormales lo llevan en la sangre y en los huesos. Te permites el lujo de no pensar mientras ves la serie porque si no te cogerías tal cabreo que quitarías el episodio a la mitad, apagarías la pantalla y te irías a cazar a los showrunners y guionistas, que ellos sí que son unos fantasmas.
Eso sin hablar de la escena más gay que he visto en mi vida entre dos personajes heteros ¡Y además hermanos! Cuando se hacen elegir mutuamente entre el vampiro y la chica random, y ellos. Por supuesto, porque otra cosa no, pero lo Winchester co-dependientes son un rato, se eligen el uno al otro. Que no digo que la idea no esté bien para atarles a la caza y zanjar sus desavenencias, pero lo podían haber hecho de otra forma.
He de confesar que todavía no sé de qué va esta temporada. Sé que tiene que ver con las tablas de Metratrón, cerrar las puertas del infierno y del cielo, que Crowley es malo malísimo y ha perdido todo el encanto, y que algo huele a podrido en el cielo. Todo me resulta familiar, como si ya lo hubiera visto en temporadas anteriores de la misma serie. Pero no me preguntéis más. Ni siquiera quiero hacer teorías, porque sé que lo que veré será más estrambótico.
Ha llegado un punto en que, aunque la sigues teniendo cariño, no puedes tomarte en serio Supernatural.