En TVE1 ya llevamos unas semanas viendo a la redacción de El Caso en acción. Y, como no podía ser de otra manera porque la cabra tira al monte, no hay serie de periodistas a la que no me haya enganchado. Ejercen sobre mí una atracción irresistible a la vez que me llenan de nostalgia. Esta vez no ha sido menos: esa redacción repleta de humo y en la que se escucha el golpeteo de las máquinas de escribir, periodistas aguerridos que se ponen el mundo por montera y que descubren una corrupción tras otra, que tienen el olfato de un sabueso, la tenacidad de un terrier y la ferocidad de un perro de presa. Vamos, que los ves y piensas ¡Pero qué estupenda es mi profesión!
Porque si nos ponemos a ser sinceros es muy raro que encontréis un periodista de mi generación que no haya querido trabajar en el Crónica, con Luis Sanz a un lado y Blas Castellote al otro. Que oye, los de Periodistas eran de local pero tenían una vida interesantísima, unos principios éticos envidiables, destapaban tramas de tráfico de drogas a nivel nacional a destajo y ¡ojo! al editor del Crónica le importaba más informar que vender. Y ahí estabas tú, adolescente inocente – futuro periodista- suspirando por un futuro idílico en el mundo de la comunicación. Porque si ser periodista era eso, ser periodista era genial.
Luego llegabas a la facultad y -entre examen y examen- te encontrabas con que probablemente tu vida no iba a ser tan trepidante y con que igual no podíamos trabajar todos a pie de calle y destapando redes de narcotráfico. Pero no pasaba nada. Porque ahí estaba Sorkin para dejarte claro que tenías un futuro magnífico trabajando en un gabinete de comunicación -¡como CJ!- en los deportes-¡Hola, Sports Night!- o en el amplísimo mundo de la información digital -te queremos mucho, Neal Sampat-, las opciones infinitas. Los batacazos también.
Tu trabajo – de prácticas- en un gabinete o agencia de comunicación probablemente se tradujera en un grano horrible en mitad de la frente debido al estrés y unos análisis que le causaron un jamacuco del susto a tu médico. ¿Y tu trabajo en internet? Pues la realidad es que en vez de ir a una glamurosa oficina con Will McAvoy … acabas escribiendo tu artículo desde casa con un moño muy mal hecho y probablemente a horas intempestivas y en pijama. Que oye, los tacones de McHale hacen unas piernas estupendas, pero como la franela para comunicar las últimas noticias no hay nada.
Porque ser periodista ya no es ser como los de El Caso – que a diferencia de los de Sorkin si tienen referentes reales- ni siquiera es ser como los del Crónica aunque estos fueran mucho más de andar por casa. Ser periodista es desagradecido, es duro, te condena a una ristra interminables de trabajos para empresas también interminables, te pagan cuatro duros, te van a insultar diez mil veces en las redes sociales y olvídate de las investigaciones en profundidad porque todo tiene que ser para ayer. Y por eso es odioso ver las series de periodistas, porque te recuerdan lo que podría ser y no es. Pero a la vez esta profesión es droga dura, de la que encontraba Luis Sanz, porque esta profesión es maravillosa y sí, sabes lo que siente Don Keefer dando la noticia en aquel avión y a veces siente que ayudas a cambiar un poco el mundo. Y por eso son tan maravillosas las series de periodistas, porque te muestran lo que es.