Nunca llueve a gusto de todos, y menos si estamos en Castamere. Bromas aparte, desde que empezó la serie basada en el universo de R.R. Martin hemos tenido temporadas que han dejado mejor sabor de boca que otras. En algunas, como la primera, la exquisitez de los diálogos contrastaban con un decepcionante sentido del espectáculo. A otras les pasó exactamente lo contrario mientras que las más cercanas en el tiempo no dejaron satisfechos a gran parte de los fans que acusaron a los guionistas de desligarse de algunas de las líneas narrativas de las novelas.
En esta ocasión, la serie se ha adelantado irremediablemente al relato impreso que, si bien en un principio se percibió como una perfecta base para crear un producto tan innovador como fascinante y complejo, con el paso de los años el riesgo de convertirse en un lastre para el desarrollo de la ficción iba aumentando exponencialmente.
Una vez finalizada la sexta temporada, nos atrevemos a decir que al liberarse de ese yugo la producción de HBO ha potenciado notablemente otros factores de inmenso valor televisivo. Y no hay nada de malo en ello, ni de ninguna manera se está mancillando la magnífica labor del autor de Canción de hielo y fuego. Cada medio tiene que marcar su propio ritmo y pulir su propio lenguaje en función de sus características y su audiencia, para progresar y evitar ese estancamiento que ha matado a tantísimas series que han ido disminuyendo gradualmente su nivel de calidad.
Esto no significa romper con lo establecido. Juego de Tronos sigue siendo lo que es, un oscuro entresijo de tramas que ahora más que nunca parecen remar en la misma dirección, interconectándose las unas con las otras ganando en interés, uniendo personajes harto conocidos por el espectador pero que nunca habían coincidido en pantalla y en definitiva creando cierta sensación de solidez en el relato que tanto echábamos en falta. Todo sin perder esos giros impredecibles que nos siguen seduciendo y que ya son marca de la casa, normalmente la de los Lannister.
Las últimas semanas nos hemos sorprendido por el regreso del Perro, que todavía parece decidido a jugar un último papel en la batalla por los Siete Reinos; nos hemos emocionado con cierto gigantón que ha dado una nueva dimensión a la frase “sostén el portón”, por muy cogido por los pelos que haya quedado en la versión doblada; y hemos disfrutado de cada grito de Ramsay Bolton al ser devorado por sus perros poniendo punto y final a un villano que logró lo que nunca imaginábamos, dejar al pérfido Joffrey Baratheon como un mero niño llorón. Bueno, más lo disfrutó Sansa que firmó su destino con una sonrisa que masticó al instante cualquier reducto de la niña que una vez fue.
Ha habido personajes de los que esperábamos un poco más, eso es cierto. La trama de Arya ha sido correcta, sí, pero no tan brillante como nos hubiera gustado pues el devenir de los acontecimientos pecó de ser demasiado previsible. Al menos, el oírla decir su nombre frente a Jaqen H’gar causó una gran impresión, suponía el nacimiento de una asesina de los Hombres sin Rostro que no dudó en vengar la Boda Roja en cuanto tuvo oportunidad, aunque para ello diese la sensación de que también había adquirido esa habilidad de teletransportarse de la que cada vez presumen más personajes.
También nos preguntamos cuál era el as que guardaba en la manga de su vestido la sutil Margaery, cuya recién descubierta devoción escondía más de lo que el Gorrión Supremo llegó a sospechar. Un plan que el Fuego Valyrio convirtió en ceniza dejándonos a todos con la duda de si hubiese merecido la pena alargar su aportación a la historia.
Como podéis observar, más que errores de guión se trata de posibilidades que no han sido tan aprovechadas como nos hubiera gustado, algo así como nos ha ocurrido con dos de los nuevos fichajes, el sensacional Ian McShane y el veterano Max von Sydow, cuya presencia ha sido testimonial y que merecían personajes de mucho más enjundia.
Lo podemos perdonar, pues hemos gozado de tan buenos momentos que es mucho mejor quedarse con lo positivo. Si hemos de citar algunos nombres propios, empecemos con Daenerys, que no sólo ha recuperado la relevancia que había perdido en el devenir de este universo, sino que además amenaza con ponerlo patas arriba en la próxima temporada con su nueva flota y esos dragones desencadenados en todos los sentidos. Además, tener a Tyrion a su lado como consejero aporta un soplo de aire fresco a un personaje en el que Emilia Clarke siempre se ha visto demasiado encorsetada. Antes de zarpar, ya nos dejaron con una tierna conversación que sigue dando de qué hablar.
Sí, tampoco nos podemos olvidar de Jon Nieve. Ha resucitado –a estas alturas no produjo asombro alguno-, ha recuperado Invernalia y ha unido el Norte. Suficiente para diez episodios, ¿no? Y si además añadimos que sus orígenes por fin han sido revelados cumpliendo los principales pronósticos, es evidente que el Lord Comandante será una de las piezas clave en la guerra que está por venir. Demos gracias por ello a Melisandre y a la pequeña gobernante de la casa Mormont, cuya perfecta mezcla de nobleza y temperamento han supuesto una de las sorpresas mejor recibidas.
El tercer y último nombre es evidente que ha de ser el de Cersei. Si alguien dudaba de si iba a poder levantarse tras su terrible humillación, la reina ha vuelto a lucir su corona esta vez sin lidiar con la sombra de un hombre. Eligió la violencia, eligió la venganza y para lograrla no ha vacilado en ser más cruel que nunca. No ha perdido el tiempo, ni para saldar cuentas con una septa que tendrá mucho tiempo para arrepentirse por gritar eso de “¡Vergüenza!” ni para derramar una lágrima más de la necesaria por la muerte de su hijo.
Lena Headey sigue impresionándonos con su buen hacer frente a las cámaras alzándose como uno de los intérpretes de la serie de mayor talento. Esto no es de extrañar, pues el reparto cuenta con actores excepcionales, aunque sí lo es que muchos de los que en un principio nos inspiraron poca confianza hayan ganado en experiencia y a estas alturas se desenvuelvan mejor que nunca.
Pero si hablamos de saltos de calidad, imposible no referirnos a una producción que definitivamente ha difuminado la línea entre lo televisivo y lo cinematográfico. La batalla de los bastardos, si bien no sorprendió tanto como la de Casa Austera que hace un año puso el listón realmente alto, es un perfecto ejemplo de que la pequeña pantalla ya no tiene nada que envidiar al celuloide, mostrando excelentes efectos digitales y permitiéndose experimentar con ese plano secuencia que nos mostró la dureza del combate como nunca antes.
Pero es que además hemos disfrutado de escenas espectaculares como el asalto de las huestes del Rey de la Noche al refugio del Cuervo de tres ojos o la defensa de Meereen con el ataque de los dragones a la flota esclavista, que han sido posibles gracias a un presupuesto que por fin va acorde con la que ya es la serie más ambiciosa de todos los tiempos. Bien puede serlo, pues la audiencia la respalda tanto que cada nuevo episodio es todo un acontecimiento.
Los Siete Dioses y todos en los Siete Reinos esperan ya la temporada del número mágico de Juego de Tronos. Sin más páginas en nuestro poder que nos den una idea de lo que va a suceder, sólo nos queda dar nuestro voto de confianza a una ficción que se toma un descanso dejándonos con unas expectativas del tamaño de Wun Wun.
Recordad que aunque no lo parezca el invierno ya ha llegado.
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