Una extraña calma que parece preludio de algo inquietante.
Un no ocurrir nada que está a punto de dejar de ocurrir.
Un desasosegante impasse.
Un tiempo muerto que no sabes si está muerto.
Como el cine de Jeff Nichols (Take Shelter; Mud; Midnight Special).
Que obliga a detenerse en detalles: el cuello de una camisa, un cielo encapotado, el sonido del discurrir de un río.
O el viento a través de la pantalla, un viento que casi trae un olor.
Stranger Things son unos niños feos que juegan divertidos pero solo nosotros percibimos la amenaza.
Son los utensilios y objetos de los años 80.
Ese coche ranchera con la franja de contrachapado que chirría al frenar.
Los sofas de texturas y colores imposibles.
Los teléfonos con auricular alcachofa.
Esos padres, que nunca se enteran de nada, que forman también parte del mobiliario.
Las casas con paredes de listones de madera.
Las bicis con luz.
Y las ropas.
Las cazadoras vaqueras con borreguito.
La doble camiseta.
Las gorras.
Las camisas a cuadros de franela.
Y mis cuatro personajes favoritos.
El cocinero corpulento y bueno del primer capítulo.
La pobreamigagordagafotas.
Por supuesto Chief Hopper.
Y el mejor de todos: el anónimo e insulso padre de los dos hermanos protagonistas, Mike y Nancy.
Cuando haces pop ya no hay stop.
Escrito por Atonito Perpetuo
4 comentarios