The Walking Dead: La ira de Negan

the-walking-dead-season-7-rick-lincoln-michonne-gurira-cci-key-art-1200x707-1La séptima temporada de The Walking Dead ha comenzado poniendo toda la carne en el asador.  Después del cliffhanger de la temporada pasada los fans estábamos deseando ver el trabajo que iba a hacer Jeffrey Dean Morgan con Negan, uno de los villanos más emblemáticos de los cómics en los que se basa la serie que en España emite FOX.

A partir de aquí peligro de spoilers.

Lo cierto es que Negan da miedo. Pero de verdad. Y Morgan hace un trabajo fantástico con él. Dicho esto voy a meter aquí una nota personal, subjetiva completamente: a mí los villanos con complejo de Tarantino que hablan tantísimo más que darme miedo me ponen muy nerviosa. Así que durante los dos grandes discursos del gran villano de la temporada una servidora estaba pensando en las siguientes cosas: 1. que alguien podía meterle una bola de algodón en la boca, 2. que igual hasta merecía la pena sacrificar a todos los personajes de la serie en aras de quitar a este hombre de la faz de la tierra y 3. que Negan es un poco el Comediante en el Apocalipsis.

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Admito que ese ramalazo de nervios cada vez que el discurso duraba más de un minuto y medio era absolutamente mío, y que hablando objetivamente Negan es terrorífico. The Walking Dead nos ofreció uno de sus capítulos más crueles y terribles. El grupo de Rick es roto de manera sistemática entre malas bromas, estallidos de sangre, vísceras y palabrería sin sentido. Las muertes de Glenn y Abraham nos destrozaron el corazón a los espectadores y también nos revolvieron las tripas. El valor de Sasha y de Maggie levantándose las primeras a pesar del dolor, al pesar del llanto a pesar de que una de ellas casi no podía ni caminar, para despedir a los suyos, para llorarles y para prepararse para devolver el golpe aunque fuera en modo kamikaze, fue inspirador. Pero debo decir que a mi el que más me rompió el corazón no fue ni Glenn, ni Abraham, ni Sasha, ni Rosita, ni Maggie, ni Daryl… ni siquiera fue Rick aunque verle suplicar por su hijo fue una de las cosas más duras que he visto en esta ficción. Quien me dejó con el alma encogida fue Carl.

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Porque aunque nos haga mucha gracia decir que Carl miró a Negan a los ojos y se encogió de hombros, como un campeón, en realidad el hijo de Rick es que qué más se ha convertido en un producto del Apocalipsis. Cuando uno se encuentra con un personaje como el de Jeffrey Dean Morgan debe tener miedo. Es lo sano. Es lo normal. En cambio, Carl se tumba tranquilamente a esperar a que su padre le corte el brazo. No llora cuando destrozan la cabeza de dos personas que le han acompañado durante años delante de sus ojos. No tiembla ante la fuerza cruel y aleatoria que es Negan. Simplemente se queda ahí, esperando su momento, mira al mal a los ojos y se encoge de hombros.  El personaje de Chandler Riggs está más roto que cualquiera de los adultos que le acompañan, lo está de una manera más profunda. Posiblemente sin solución. Esto a la vez de ser tremendamente triste es lo que le hace más apto para sobrevivir en un mundo en el que cada vez hay más Negans, en un universo en el que prefieres mil veces encontrarte con un Caminante a encontrarte con un vivo.