Hay muy pocas ficciones que actualmente obtengan unos números comparables a los de la serie de AMC. Se trata de todo un fenómeno televisivo que con cada nuevo capítulo genera un verdadero torbellino en los foros y en las redes sociales, donde se debate apasionadamente sobre las decisiones de los supervivientes, los nuevos hallazgos y sí, la muerte más o menos inesperada de alguno de los personajes que conforman las tramas.
Que la serie esté emitiendo en estos momentos su séptima temporada confirma la excelente salud de la que goza el producto, aunque sí es cierto que en los despachos de la cadena ya se ha encendido una especie de “alerta naranja” debido a una sensible caída de los datos de audiencia que nadie esperaba, especialmente dada la expectación generada durante los últimos meses tras la aparición estelar de Negan y la ejecución de uno de los protagonistas.
Los números no mienten, The Walking Dead ha perdido de un plumazo cinco millones de espectadores, obteniendo unos índices de audiencia similares a los del año 2012, concretamente en la primera mitad de la tercera temporada y justo antes de que la ficción explotase hasta convertirse en lo que es hoy.
Insistimos en que la situación no es del todo preocupante, pues Rick y los suyos siguen liderando en su franja horaria, superando a otros pesos pesados del mismo target como The Big Bang Theory. Sin embargo, merece la pena reflexionar sobre lo que está ocurriendo. ¿Tienen razón los que la acusan de sufrir un cierto desgaste? ¿Está pasando la fiebre de los zombies? Vayamos por partes.
Un cliffhanger que no sentó nada bien
Es normal que cuando una serie cierra la temporada dejando una gran incógnita en el aire los espectadores acaben maldiciendo en voz alta a los guionistas y directores por hacerles esperar varios meses para conocer lo que ocurrirá a continuación. Sin embargo, en esta ocasión Lucille no sólo sacudió el cráneo de dos de los supervivientes más meritorios del grupo, sino también los ánimos de una audiencia cuya reacción ha acabado siendo más vehemente de lo que los responsables de The Walking Dead llegaron a imaginar.
Más allá de las discusiones, los ruegos y las preguntas que dicho cliffhanger generó durante meses y meses en los que guionistas y actores se vieron obligados a tirar balones fuera en cada entrevista o evento en el que se daban cita, los fans se mostraron profundamente frustrados y en cierta manera traicionados. No sólo no vieron recompensada su fidelidad, sino que además acusaron a Greg Nicotero y los suyos de haber jugado sucio, de haber repetido la misma estrategia que pusieron en práctica a mitad de la sexta temporada cuando hicieron creer que el personaje de Glenn había sido devorado por los caminantes para más adelante revelar que había escapado de la horda refugiándose bajo unos contenedores de basura.
El truco no pudo funcionar mejor, pues en los episodios posteriores al incidente la expectación de los televidentes fue altísima, casi tanto como la satisfacción de verle vivito y coleando –de manera un tanto milagrosa, todo hay que decirlo-, lo cual les granjeó automáticamente el perdón por cualquier pecado cometido.
Cuando en la season finale Negan ajustició a uno de los protagonistas y la pantalla empezó a desenfocarse hasta fundirse en negro muchos tuvieron un iracundo déjà vu, de nuevo el viejo truco de la vida y la muerte para generar interés de cara a la séptima temporada, una para la que todavía quedaban nada menos que seis largos meses.
No estamos diciendo que el equipo de Nicotero fracasara en su cometido, pues el verano pasado fue un incesante goteo de noticias acerca del rodaje de The Walking Dead. Tampoco que la gente tuviese razón en poner el grito en el cielo, ya que en cierto modo se trata de una pequeña pataleta fruto del entusiasmo ante un recurso muy utilizado en la televisión actual. De lo que no cabe duda es que el enfado de muchos podría haber desembocado en su abandono de la producción.
La despedida de personajes muy queridos
Y de hablar de la frustración por la larga espera hasta el inicio de la séptima temporada, a hacerlo de un retorno que todavía sigue produciendo pesadillas a muchos. La muerte de Abraham fue triste, aunque a estas alturas en las que tantos y tan buenos personajes han caído por el camino resultaba asumible para la mayor parte de la audiencia. Claro que perder al soldado no es lo mismo que perder a Glenn.
El joven no sólo nos había acompañado por ese desolado universo desde la primera temporada, sino que su historia de amor con Maggie, su asombrosa capacidad de salir airoso de casi cualquier situación y sus infinitos recursos de supervivencia lo hacían todo un imprescindible en The Walking Dead. Uno de los personajes de mejor corazón y que en cierto modo todavía se mantenía íntegro en muchos de los valores a los que sus compañeros de viaje hacía tiempo que habían renunciado dadas las circunstancias. Ah, ¿todavía no hemos mencionado que iba a tener un bebé con su esposa? Pues sí, toda una tragedia.
La imagen de sus últimos momentos fue realmente espeluznante, con la cara ensangrentada, en cráneo fracturado y un ojo saliéndose de su cuenca. Una muestra irrefutable del sadismo de Negan que supuso un jarro de agua fría para muchos espectadores que rechazaron la decisión de los guionistas de dar semejante final a un personaje que en su opinión merecía algo más.
Daryl Dixon –y más concretamente Norman Reedus, el actor que lo interpreta- ha sido el blanco de las iras de muchos fans que lo culpabilizan de lo sucedido por su inapropiado arrebato, pero la realidad es que una parte de la audiencia de The Walking Dead considera que la serie ha perdido una parte importante de su atractivo sin Glenn. Eso, o que directamente han renunciado a seguir llevándose estos disgustos.
Negan, en sus justas proporciones
Ni siquiera el carisma de Jeffrey Dean Morgan ha logrado que los espectadores adoren a su personaje unánimemente. Sí, interpreta a un villano como ningún otro que haya aparecido la serie, sin embargo ya se escuchan algunas voces que se quejan de que cada vez que aparece en pantalla su excesiva verborrea acaba resultando ciertamente irritante.
Ya suponíamos que Negan por fin iba a suponer un verdadero reto para Rick Grimes, el único que ha conseguido ponerle de rodillas y hacerle suplicar cuando ya nadie pensaba que eso fuera posible. Claro que también dábamos por hecho que su presencia en pantalla se iba a dosificar mucho más.
Los capítulos cuatro –en el que llega a Alexandria para imponer su ley- y siete –en el que muestra a Carl sus dominios- son básicamente un monólogo de un tipo que ha hecho de la intimidación todo un arte. Al principio sorprendía, claro. Pero con el paso del tiempo da la sensación de que su discurso tiende a repetirse y que corre el riesgo de acabar saturándonos con su sonrisa burlona, su aire despreocupado y sus contorsiones de estrella del rock.
Sería una lástima que ocurriera, de hecho más valdría que Negan mantuviera un halo de misterio e imprevisibilidad para ir manteniendo el interés de unos espectadores que ya empiezan a poner los ojos en blanco.
El letargo de las tramas y personajes
La construcción del personaje de Negan, un tirano que sabe cómo doblegar a sus súbditos humillándolos hasta la extenuación e infundiendo temor con castigos ejecutados con mano de hierro, ha sido determinante en el comienzo de esta séptima temporada. El coste de su aparición, que viene a significar un cambio de paradigma en el universo de The Walking Dead, ha sido dejar a algunos de los que hasta ahora habían sido protagonistas indiscutibles de la historia en un segundo plano.
Rick, antaño un líder fuerte y autoritario, es ahora una marioneta que por temor a perder a sus hijos o a cualquiera de sus amigos ha renunciado a la lucha y trata por todos los medios de adaptarse a un nuevo orden sin importarle lo abusivo que resulte. Lo mismo que Daryl, que tras ser torturado no tiene más remedio que aceptar los trabajos forzados que los Salvadores le imponen en su cautiverio.
Dos personajes que parecían inquebrantables y que ahora, por circunstancias de la trama, no aportan nada de fuerza a una ficción que comienza a necesitarlos urgentemente. A ellos y a Michonne y Rosita, supervivientes que parecen decididas a dar la vuelta a la situación aunque a priori se encuentren con las manos atadas.
También echamos de menos a Carol y a Morgan, que siguen en los territorios de El Reino hasta nuevo aviso, y a Maggie y a Sasha, ocultas en Hilltop.
Aunque el bueno de Carl sí que parece esforzarse por insuflar algo de aire a la historia, lo cierto es que las tramas se han sumido en un cierto letargo que en algunos episodios se ha hecho especialmente patente y que ha ralentizado el devenir de los acontecimientos y los momentos de acción. Algo que entendemos que es necesario para dar cohesión y verosimilitud al relato pero que comprensiblemente puede no gustar a muchos. Y es que en este negocio el aburrimiento es sinónimo de la caída de la audiencia.
Saturación zombie con Fear The Walking Dead
El spin off de The Walking Dead se concibió no sólo para dar una nueva perspectiva de la infección, sino también para dar relevo a la serie durante los meses de descanso. Es evidente que esta producción, pese a resultar atractiva a los fans acérrimos del género, no ha logrado calar del mismo modo que la original.
Ni los guiones han conseguido brillar con luz propia ni los personajes se han ganado la simpatía de los espectadores, al menos del mismo modo en que lo han hecho los clásicos. No cabe duda de que la ficción seguirá viento en popa y recibiremos una tercera temporada, lo cual no nos parece mal en absoluto, pero puede que el hecho de que cuando acaba una empieza la otra sume a más de uno en el hartazgo.
El 11 de diciembre se estrenará en Estados Unidos Hearts Still Beating, el octavo y último capítulo de la primera tanda de la séptima temporada de The Walking Dead, que como es costumbre contará con una duración adicional. Esperamos que consigan dar un golpe de efecto capaz de renovar el interés de la audiencia aunque eso signifique que volvamos a comernos las uñas hasta su regreso en 2017. Si es que somos unos sufridores…