Toma tercera
En efecto, Lazos Ardientes se presenta como film inquieto, tremendamente ecléctico, en el que las referencias cinéfilas y culturales oscilan de los clásicos del cine negro de los años cuarenta y cincuenta a la violencia estilizada de un Brian De Palma, de la reconstrucción de los clásicos de la novela pulp americana –tal y como hacen los hermanos Coen en Muerte entre las flores (Miller´s Crossing, 1990)- al cine erótico más provocador. Un vistazo rápido a la cinta nos haría apreciar en primer lugar una historia tópica y recurrente del cine negro, a saber: la mujer del hombre poderoso se ve en apuros y buscará ayuda fuera de la pareja para alcanzar su autonomía, traicionar al esposo, y de paso hacerse con una considerable suma de dinero. Como vemos, no hay nada que no se nos haya contado antes, pues la misma línea argumental se rastrea, desde Perdición (Double Indemnity, 1944), de Billy Wilder a Fuego en el cuerpo (Body Heat, 1981), de Lawrence Kasdan; de Perversidad (Scarlet Street, 1945), de Fritz Lang a La chica del gangster (Mad Dog and Glory, 1993), de John McNaughton.
Para orquestar todos estos elementos no hace falta apostar desde una major; antes bien, resulta más cómodo lanzar un film de bajo presupuesto, de estructura cuasi-teatral –pues transcurre casi íntegramente en el interior de una habitación-, con apenas una decena de actores semi-desconocidos, mas sobradamente competentes, de manera que el film funciona como perfecto globo sonda: los Wachowski se sirven de estas propuestas para experimentar nuevas formas de expresión, en gran medida provenientes del cómic, sobre una historia de gusto tradicional –por faltar, no faltan ni las gatunas melodías de jazz que acompañan todos y cada uno de los movimientos de las protagonistas-. De hecho, respecto a las novedades en la plasmación visual de la historia, destaca el sentido de la coreografía en las secuencias de tiroteos, que anticipa la slow motion, técnica que los cineastas emplearán con profusión en la saga de Matrix, por medio de la cual los diversos motivos que aparecen en pantalla cobran movimiento a diferentes velocidades, casi obedeciendo a distintos centros de gravedad. En Lazos Ardientes esta técnica se ve apenas insinuada, pues suponemos que las limitaciones presupuestarias no permitieron tales virguerías, pero en el excelente uso de la cámara lenta, aderezada con travellings circulares, adivinamos la misma ritualización de la violencia, que ha hecho tan popular a los Wachowski.
Por otro lado, no pasará inadvertido el hecho de que las dueñas absolutas de la función sean dos mujeres. Y en realidad tenemos en ellas uno de los principales reclamos de la cinta, máxime cuando nos son generosa y detalladamente exhibidas en sus momentos de (envidiable) intimidad.
Por David G. Panadero.