Por mucho que Stranger Things haya reavivado la fiebre de los 80 y 90, la cual no sólo ha afectado a la pequeña pantalla sino prácticamente a todas las parcelas del mundo del entretenimiento, lo cierto es que varias décadas antes de que Alf, El Equipo A o Roseanne irrumpiesen en los hogares de todo el mundo la televisión ya nos había regalado un buen número de ficciones que a día de hoy seguimos valorando como auténticos prodigios del medio.
Perdidos en el espacio no sólo se convirtió en un referente para toda una nueva generación de creativos ávidos por explorar las posibilidades que el género de la ciencia ficción tenía que ofrecer, sino también una apuesta por el más puro divertimento familiar consolidado capítulo a capítulo gracias a esos imaginativos guiones y la gentileza de su reparto. Un reconfortante cocktail que mantuvo durante años a la audiencia muy pendiente de las aventuras de la familia Robinson y que ahora Netflix pretende volver a saborear con un remake que mira al nuevo público sin renunciar a buena parte de la esencia del clásico homónimo.
Las similitudes de su premisa respecto al concepto original de la serie son más que obvias. Un grupo de colonos en busca de un nuevo mundo en el que asentarse y que se verán atrapados en un inhóspito planeta tras sobrevivir al desastre que les dejará aislados del resto de la expedición. Una llamada a la aventura que vuelve a estar muy presente y que supone el principal atractivo de una producción sin dobleces, que hace de su aparente simplicidad su mejor arma y que apunta directamente a esa audiencia que no siente apego alguno por las múltiples alternativas de corte fantástico que se pueden encontrar en la parrilla y que prefieren insuflar a sus historias una mayor intensidad y tragedia.
De este modo, Perdidos en el espacio pone rumbo a lo desconocido constituyéndose como una distracción de lo más saludable y con el suficiente decoro como para no prometer más de lo que puede cumplir. Su ritmo está lejos de resultar frenético y tampoco podría considerarse como tremendamente adictiva, sin embargo posee algunos elementos ciertamente intrigantes y que son fiel reflejo de la metamorfosis que ha sufrido la televisión en los últimos tiempos.
Empecemos por los Robinson, una suerte de Modern Family en el espacio que difiere bastante de aquella familia idílica que empezó su andadura en blanco y negro y que parecía haber despegado desde un acomodado barrio residencial estadounidense de la década de los sesenta. Ya en el primer capítulo percibimos importantes conflictos entre sus miembros, comenzando por el profundo resentimiento de una esposa hacia su marido tras años de ausencia y que está a punto de derivar en la ruptura del matrimonio. Un punto de partida a priori impensable en Perdidos en el espacio, donde la unidad familiar siempre ha sido inquebrantable, pero que acerca a los protagonistas a una realidad de lo más cotidiana.
Pero hay más factores a tener en cuenta. Tenemos a Penny, una jovencita que ha tenido que decir adiós a su hogar y a sus amigos para comenzar una nueva vida en un mundo nuevo con todo lo que eso conlleva; a Judy, la hija no biológica del matrimonio que parece haberse posicionado en contra de su padre haciendo aún más difícil la convivencia; y al pequeño Will, más convencido cada día que pasa de que no está a la altura de semejante empresa y que simplemente no encaja en la tripulación. Problemas muy reales y que conforman un retrato de familia mucho más creíble más allá de que a la hora de la verdad impere la máxima de que los Robinson, como siempre, se mantendrán juntos pase lo que pase.
Su destino, como suele ser habitual, no recaerá únicamente en sus manos. Sobrevivir a los múltiples peligros que aguardan en el planeta dependerá en gran medida de los vastos conocimientos que cada uno de ellos atesora según su propia especialidad -y que a menudo ofrecen mejores resultados que la fuerza bruta- pero también deberán aprender a confiar en inesperados compañeros de viaje como Don West, un mecánico cuyo carácter desinhibido proporcionará algunos de los momentos más cómicos de los diez capítulos que conforman la primera temporada, o un robot alienígena de aspecto mucho más amenazante que el del simpático B9 que todos recordamos pero cuya fuerza y habilidades resultan ser inestimables a la hora de salir de los peores aprietos. El origen de este extraño ser es, cómo no, uno de los principales enigmas que se irán desentrañando a medida que avance la serie.
Y como en toda cesta ha de haber alguna manzana podrida, es hora de hablar de la doctora Smith. La elección de Parker Posey para dar vida al villano de la función ha sido sin duda una jugada arriesgada. Su caracterización da para debate, y no sólo a raíz del cambio de género de todo un mito de la ficción televisiva, algo a lo que también se han atrevido series como Elementary o Doctor Who, sino por el mero hecho de que buscar sustituto a Jonathan Harris es una tarea harto complicada, tal fue el carisma que el intérprete supo imprimir al taimado y siempre interesante Zachary Smith.
Esto no significa que Posey no sepa sacar partido a esa presencia intrigante que hace que cada mirada sutil y cada sonrisa inocente se sientan como la perfecta máscara para ocultar un plan ladino urdido para satisfacer únicamente sus intereses personales, si bien a veces resulta difícil entender el verdadero propósito de algunos de sus malévolos actos.
En todo caso, esta doctora de pacotilla emerge como una pieza de vital importancia en las tramas, donde el conflicto es un mal necesario para el discurrir de las mismas. Ni que decir tiene que su gusto por manipular al joven Will es uno de los muchos guiños a la serie original que hemos encontrado a lo largo de temporada.
La segunda tanda de capítulos ya ha sido confirmada por la cadena, por lo que no tendremos que esperar mucho para disfrutar de las nuevas peripecias de los Robinson sobre todo tras ese final que por fin hace honor al título de la serie. Amparada por una producción intachable y digna de las mejores superproducciones, Perdidos en el espacio tiene todos los ingredientes para dar ese salto de calidad del que a menudo presumen este tipo de ficciones una vez superado su debut. Que así sea.