Hoy en cosas que me hacen sufrir pero de las que no puedo alejarme: The Walking Dead. El cambio después de ocho temporadas y varios discursos de Negan era absolutamente necesario. Eso nadie lo niega. Igual que es inevitable percibir que, pese a que el primer episodio era bastante mejor que los últimos de la tanda anterior, los propios actores están cansados de la serie por mucho agradecimiento y aprecio que tengan por la historia.
Así que sí, vislumbrar la vida post Negan y no escuchar uno de sus discursitos fue un soplo de aire fresco, ver a Maggie tomando las riendas de la situación para bien o para mal después de aquella escena tan siniestra la temporada pasada, ver como Daryl Dixon decía más palabras en 5 minutos que en las dos temporadas anteriores y vislumbrar dinámicas que se habían perdido en el fragor de la batalla contra los salvadores. Pero también ha sido descorazonador saber que el hueco dejado por cierto personaje en el corazón de la serie está condenado a hacerse más grande. La sombra de la partida de Rick es alargada como lo es la de Carl. Judith es muy mona pero el viaje de Carl estaba siendo tan maravilloso y ha sido una pérdida demasiado grande. El cambio de aires intenta paliar el asunto pero ¿qué va a ser de The Walking Dead sin los Grimes? ¿Tiene sentido siquiera?
“Un nuevo comienzo” es menos una presentación fresca de una etapa desconocida y más un recordatorio de lo que hemos perdido por el camino. Pero qué queréis que os diga, llegados a este punto los personajes ya son casi como de la familia y yo voy a seguir invitándoles a mi salón una vez a la semana. Como esos amigos con los que ya no tienes mucho en común pero con los que has vivido tanto que cómo no vas a quedar a tomarte un café. Quizás eso sea lo más significativo que puedo decir de la vuelta de The Walking Dead: al final no es más que un bonito canto de cisne. La pregunta es ¿es el cisne zombie o aún hay vida en él? Angela Kang y los próximos episodios serán los encargados de aclararnos la cuestión.