En trayectorias tan irregulares como la de M. Night Shyamalan siempre existen pequeñas joyas que, tras haber sido opacadas por obras de genuina brillantez, merece la pena revisitar y por supuesto reivindicar. De todas las que conforman su filmografía tal vez El Protegido sea la que ha gozado de un mejor tratamiento, un trabajo valiente y muy personal al que el paso de los años ha acabado por dotar del valor que en su día muy pocos percibieron.
Tras casi dos décadas desde su estreno muy pocos apostaban por la continuidad de la historia de David Dunn y del quebradizo Elijah Price, héroe y villano de una historia condenada a ser una rara avis víctima de la deslealtad de un cine que acostumbra a dar la espalda a aquellos que nunca tuvieron miedo de aventurarse en lo insólito. Sólo una carambola de su propio creador, que supo camuflar este oscuro universo en la exitosa y muy satisfactoria Múltiple, devolvió a la vida un proyecto que ofrece una conclusión para ambos filmes.
De este modo Glass sostiene su relato en ese sombrío triunvirato que conforman Don Cristal, el Protector y la Horda, tres hombres extraordinarios y sometidos a estudio por aquellos que no contemplan que su mundo pueda amparar seres de semejante poder y complejidad, instándoles incluso a replantearse el origen de sus dones y la razón de su misma existencia.
A pesar del atractivo de su propuesta, es mucho lo que no acaba de funcionar en una cinta que ansía sorprender pero que en ningún momento consigue definir su propio planteamiento. Es en su segundo acto, sorprendentemente tedioso, cuando el espectador comienza a preguntarse si la cinta es sólo un mero anzuelo comercial de su creador –que no lo es- o si en verdad Shyamalan tenía una gran historia que contar con tan deseada reunión, pues cada uno de los giros que introduce y cada nueva revelación no hacen más que enmarañar una trama que no convence y cuya acción es a menudo incoherente.
Si el argumento del filme peca de una alarmante falta de concreción, el exiguo aporte narrativo de sus protagonistas es algo todavía más digno de reflexión. Si nos detenemos en cada uno de ellos, lo cierto es que no parece haber problema alguno: Samuel L. Jackson retoma su papel con absoluto confort y sin perder un ápice de la intriga latente en toda una mente maestra del crimen, mientras que a Bruce Willis hacía mucho tiempo que no le veíamos ponerse delante de las cámaras con la gravedad y la dedicación de sus mejores años interpretativos. McAvoy, por su parte, vuelve a sacarle todo el partido a una figura aterradora y concebida para el pleno disfrute del actor aun siendo conscientes de la exigencia física que conllevan cada una de sus muchas apariciones en pantalla. Pese a todo, Shyamalan no se esfuerza en explorar nuevas facetas de estos personajes, obstinándose en repetir una y otra vez los mismos esquemas que antaño nos sedujeron pero que han acabado por perder la capacidad de asombrar.
En todo caso Glass cuenta con algunos puntos a su favor como es su esmerada dirección, que sabe cómo incomodarnos cada vez que la cámara se posa en cualquiera de sus intérpretes, y esa atmósfera cuidada al detalle. Gusta también su alejamiento del género superheroico convencional, cada vez más anclado en los cánones del blockbuster y decidido a tentar al público desde lo visual y no desde lo psicológico. Es más, hay belleza en el mensaje que trasciende a su desconcertante final, una llamada a la esperanza que reivindica lo extraordinario frente a la gris cotidianidad. Quién sabe, tal vez el tiempo acabe recomponiendo los fragmentos esparcidos de Don Cristal.
Yo reconozco que cuando salgo del cine no me pregunto nada, solo “chequeo” mi pálpito, y no me suelo equivocar. Glass es de esas películas que me desaniman porque me considero estafado, siento que he perdido el norte buscando algo que este cine de los últimos años ya no me da. Por más análisis que quiera hacer con posterioridad, por más que intento obtener en las crítcas y en los comentarios de otros esas claves que quizás se me pasaron por alto, tengo que darme por vencido. En fin, debo tener hoy un mal día…