Earl Stone, protagonista de la cinta que nos ocupa, no parece tener mucho en común con la mayoría de los personajes célebres a los que ha dado vida Clint Eastwood. El carácter festivo de este amante de las flores tan sociable como propenso a zambullirse en los placeres de la carne contrasta con la firmeza de Walt Kowalski (Gran Torino) o la profunda tristeza de William Munny (Sin Perdón). Sin embargo, si rascamos un poco en la superficie nos daremos cuenta de que sus historias guardan cierta vinculación y ahondan en temas que siempre han interesado al cineasta, tales como el valor de nuestro propio legado al acercarse el final y por supuesto la búsqueda de la redención.
Materias recurrentes en su filmografía y que de algún modo ha querido volver a plasmar en el que a sus 88 años podría ser su último trabajo frente a las cámaras. Lo hace sin renunciar al clasicismo y a la solidez de su cine, guiando la historia del mismo modo que el viejo Earl lleva su furgoneta. Una conducción que no admite prisas pero también muy segura, cerciorándose de llegar a su destino pero deleitándose con el viaje.
Hablamos de la última peripecia de un anciano arruinado que es captado por los narcotraficantes para trasladar su mercancía sin levantar la más mínima sospecha. Una empresa que le reportará cuantiosos beneficios que no sólo le servirán para mantener su estilo de vida despreocupado, sino también para estrechar lazos con sus seres queridos a los que descuidó y que difícilmente le concederán una última oportunidad para comportarse como el cabeza de familia que nunca fue.
Consciente de lo pintoresco de su premisa el relato desprende un humor contenido y muy cotidiano pero que acostumbra a dar en el clavo. Un medio infalible para sumergirse en terreno de lo políticamente incorrecto sin caer en la parodia, retratando una realidad social incómoda y llena de prejuicios.
Pero detrás de las sonrisas, los chistes fáciles, los bailes y el sexo de este octogenario se encuentra un hombre lleno de remordimientos y al que ya no le queda carretera para huir de los errores que le han marcado. Un trasfondo trágico para una cinta que se sostiene gracias a la energía incombustible de un Eastwood simplemente estelar. Tal vez su conclusión no sea tan poderosa como la de algunos de sus trabajos anteriores o que los personajes que pululan por doquier no sean ni por asomo tan interesantes como el protagonista, pero nada de esto ensombrece un filme de los de antes. Uno hecho para ser disfrutado.