Sustituir al showrunner de una serie tan ambiciosa como la de CBS siempre es una decisión delicada. A veces se trata de un movimiento audaz para reconducir una producción con indudable potencial pero que no acaba de calar entre la audiencia, otras una medida necesaria para sortear la tempestad que se ha adueñado del set de rodaje debido a la creciente falta de feeling entre sus responsables. Dos escenarios adversos que en el caso de Star Trek: Discovery convergieron durante la grabación de una segunda temporada que no fue ni mucho menos un camino de rosas.
Tras la inesperada marcha de su co-creador Brian Fuller, quien más tarde también sería apartado de American Gods, fueron Gretchen Berg y Aaron Harberts los encargados de sacar adelante una nueva tanda de episodios en la que sólo estuvieron involucrados en los cinco primeros debido a lo que se ha definido como serios problemas de liderazgo. Para evitar un levantamiento en la sala de guionistas y que el presupuesto se disparase la cadena recurrió a Alex Kurtzman, el otro de los padres de la serie y gran conocedor del universo trekkie, que no dudó en ponerse manos a la obra para evitar ese naufragio que muchos temían.
El afamado realizador y productor no sólo ha sido capaz de finalizar la temporada con soltura y coherencia, sino también de respetar la dirección artística de la que hace gala la serie desde que comenzara su andadura en 2017. Esto no significa que la misión de la Discovery no haya sufrido importantes modificaciones desde que Michael Burnham subiese a bordo por primera vez a petición del taimado capitán Lorca. Su viaje, que en un principio tomó un rumbo muy diferente al del resto de producciones con el sello de Star Trek, parece haberse reconciliado con su legado sin perder ese componente new age tan fascinante.
El temprano encuentro de esta nueva tripulación con el Enterprise es la perfecta representación de esa concurrencia de clasicismo y modernidad que ha mantenido el equilibrio a lo largo de los catorce capítulos que conforman la temporada. A la esmerada elaboración de los guiones y a la continuidad argumental de sus capítulos, signo inequívoco de la ficción más actual, hay que añadir un renovado sentido de la aventura e incluso certeras pinceladas de humor que no sólo consiguen insuflar algo de oxígeno en los tramos de mayor intensidad, sino también hacernos partícipes de la camaradería y el afecto implícitos entre aquellos que lucen la insignia de la Flota Estelar.
La incorporación del capitán Pike al devenir de los acontecimientos sólo puede considerarse un acierto teniendo en cuenta que su figura, relevante pero que en ningún momento usurpa el protagonismo de una historia que no es la suya, aporta el equilibrio y la madurez que tanto echábamos en falta en el reparto. Un capitán con mayúsculas que consigue granjearse el respeto y admiración de sus nuevos subordinados mientras los lleva al límite de sus capacidades permitiéndonos explorar algunas de sus facetas más desconocidas.
Su presencia, además, da pie a dos de los momentos más sorprendentes y memorables de la temporada y que conectan directamente con la serie original. El episodio dedicado a la visita a Talos es todo un homenaje a La Jaula, aquel piloto frustrado en el que Pike jugaba un papel fundamental y que supondría el auténtico germen de una serie revolucionaria. La aparición de Vina y los talosianos sólo sería superada por la audiencia con Tenavik en el monasterio klingon y esa funesta visión que predecía el cruel destino del noble capitán, dispuesto a sellar su futuro en pos del cumplimiento del deber. Piezas de un malévolo rompecabezas que, quién lo iba a decir, tuvo una resolución anticipada en la década de los sesenta.
No esperábamos ni mucho menos que a Star Trek: Discovery le preocupase demasiado la continuidad del universo trekkie, ni siquiera que tuviera la más mínima intención de invocar al pasado. Quizás estos geniales guiños hayan servido para reconciliarse con aquellos aficionados que siempre desconfiaron de su emancipada propuesta y que se alarmaron al vislumbrar otro de los grandes atractivos de esta segunda temporada, el regreso del principal icono de la franquicia.
Spock ha tenido un importante papel que jugar no sólo en la batalla contra Control y su perversa flota sino también en la reconstrucción del pasado de Michael, tan trascendente como lleno de incógnitas. La espinosa relación entre los hermanos y las dificultades de ambos a la hora de tender sus propios puentes queda patente en una partida de ajedrez salpicada de reproches y que pone de manifiesto la extraordinaria complejidad de dos personajes cuya reconciliación es también la comunión entre la lógica y las emociones, la misma dualidad en la que se sustentará una amistad de leyenda tal y como sugeriría la propia Burnham en los instantes finales de la temporada.
El siempre interesante vulcaniano no ha sido el único en evolucionar a lo largo de esta sinuosa travesía. La de Saru ha sido una transformación no sólo a nivel biológico sino también psicológica, que ha supuesto la ruptura de las barreras que trababan la progresión del alienígena y que ha potenciado la capacidad de mando de un serio candidato a sentarse en el sillón del puente de la Discovery. Tampoco podemos olvidarnos de Tilly, que más allá de su grata aportación cómica ha demostrado ser una oficial muy capaz, ganando en seguridad y poniendo su formidable intelecto al servicio de la misión. Incluso Georgiou, la que fuera la implacable emperadora del Imperio Terrano, ha encontrado su lugar en esta nueva realidad regalándonos algunos momentos de lo más jugosos. Su retorcido afecto hacia Michael y su temperamento irascible que contrasta con el de cuantos la rodean no dejan de ser un sano divertimento y una apuesta segura de cara al futuro de la serie.
No todos los integrantes del reparto han podido brillar de igual manera, de hecho los personajes de Ash y Stamets pueden considerarse los principales damnificados de un hilo conductor en el que han perdido peso. En lo que respecta al primero, su incorporación a la trama se presumía complicada tras el cierre de la primera temporada y su regreso a la acción debía desarrollarse de manera gradual por lo que no nos ha extrañado verle un tanto desubicado. Y en el caso del oficial científico, dado que todo lo concerniente a los viajes por la red micelial ha quedado relegado a un segundo plano su contribución a la causa ha sido considerablemente menor. A esto hay que sumarle que su historia ha estado ligada a la reaparición del doctor Culber, un tanto forzada e introducida en el capítulo más confuso e irrelevante de esta segunda tanda. Y es que en Santos de la imperfección no sólo se optó por hollar terreno ya explorado, también se recurrió a algunos de los elementos que menos echábamos de menos en los primeros compases de la ficción.
Mejor sabor de boca nos dejaron El sonido del trueno y sobre todo Proyecto Dédalo, sin duda el mejor de cuantos hemos podido ver este año en Star Trek: Discovery. No sólo por su agudeza al profundizar en el enfrentamiento entre Michael y Spock sino también por ese incidente con Airiam, convertida muy a su pesar en un agente al servicio de Control, y cuya resolución resultó tan dramática como impactante. Un episodio oscuro y de los que crean afición.
A la serie le ha sentado bien volver a plantear una estructura para la temporada más tradicional, volviendo a esos pequeños relatos con ADN trekkie que aportan variedad y emoción a un conjunto que raramente pierde de vista su hoja de ruta. Todo cuanto sucede en la temporada está encaminado a su inevitable conclusión, la que acontece en un capítulo doble que da sentido a todo lo vivido. Una batalla final que, dicho sea de paso, cuenta con una factura técnica al alcance de muy pocas producciones televisivas y que nada tiene que envidiar a cuanto vemos en la gran pantalla. Un conflicto de proporciones galácticas y que nos hace reflexionar sobre la excelencia alcanzada en un medio en el que a día de hoy todo es posible.
No es fácil predecir qué ocurrirá en la tercera temporada que ya está en marcha. De hecho, sospechamos que los apuros vividos en los últimos meses incitaron a sus responsables a escribir el que hubiese sido un cierre satisfactorio para la serie en caso de no seguir adelante. Star Trek: Discovery ha sabido reinventarse, sobreponerse a las adversidades y alcanzar por fin la velocidad de la luz hasta situarse entre las producciones más reseñables de la franquicia.
“Cinco cartas, sin comodines. Y el cielo es el límite”
Jean-Luc Picard