Juego de Tronos: final agridulce para una tarea titánica

Esta madrugada ha terminado la que va ser, independientemente de lo que nos pueda parecer el final a unos y a otros, la serie más grande de la última década. Dada la titánica tarea de  dar fin a una ficción que había crecido más que los dragones de Daenerys al final han optado por un final conservador, que puede que no deje satisfechos emocionalmente a muchos – algo, eso de satisfacer al público, imposible ya con tantas teorías hechas, favoritos idolatrados y coronas repartidas-, pero que no deja tramas abiertas, que es más positivo de lo que esperábamos tras el capítulo 8×05 sin perder el aire de melancolía de que aunque las cosas no hayan salido mal… tampoco han resultado bien. Un final con sabor a final.

Al final Daenerys consiguió lo que es suyo con fuego y pagó el precio con sangre. Faltaba una traición y Jon, con ese don que tiene para vagar por la serie como si no supiera muy bien que está haciendo, fue “la traición por amor”. La mayor alegría que esta serie ha podido darme es que Jon Nieve, Aegon Targaryen, ex-rey en el Norte , el “Pan sin sal de Poniente” no acabe sentado en el trono. Al menos el héroe masculino y más blanco que fantasma no se ha llevado el premio por vagar por la serie cual Harry Potter por Hogwarts mientras las mujeres de la serie le salvaban una y otra vez, para verle después recoger los laureles. Que sí, puede que no haya historia más cierta en el mundo, que que unos ganan la fama y otros cardan la lana. Y ahí están Sansa, convertida en reina del Norte tas todo el sufrimiento; Brienne, que ha conseguido lo que nadie consigue en una serie de televisión cumplir el sueño de toda una vida y vivir para contarlo; o Yara, reina pirata de las Islas de Hierro: todas ellas fuertes, poderosas y, lo más importante, reconocidas en sus puestos de poder. El trono se lo llevará Bran, pero el aire huele mucho menos a testosterona en Poniente ahora mismo.

Pero, ay, Daenerys nos ha roto el corazón. La madre de dragones no estaba loca como su padre, y tampoco está mal escrita y de ahí no pienso apearme, lo que sí tenía era esa inquietud interna que caracteriza a los grandes conquistadores y esa certeza en su propia infalibilidad que combinadas eran peligrosas. En el momento Buffy/Ángel de esta generación, Jon mata a Daenerys por el bien general.  Su historia es la auténtica tragedia griega de Juego de Tronos y eso lo sabe hasta Drogón que se lleva por delante el trono de marras, porque ya está bien. Al final se rompe la rueda, sí, ¿pero a qué precio?

El principal problema ha sido el mismo que durante toda la temporada: que la necesidad de acabar, y acabar ya, ha acelerado el tempo y ha generado la sensación de que faltaban cosas, escenas. Sí, los nobles, han decidido ponerse de acuerdo por una vez en su vida , y los Inmaculados también, porque siendo honestos no queda ni tiempo ni dinero para hacer una nueva batalla entre norteños e inmaculados. Así que nombramos a Bran rey y mandamos a Jon al Muro – que ya no hace falta pero ya que va a poner cara de angustia existencial en algún sitio, bien puede ponerla allí y disculparse con Fantasma. Sansa declara la independencia en el Norte y a todo el mundo le parece bien – pero bueno, a estas alturas el rey de Poniente es su hermano así que quién va a chistar por la decisión- y Tyrion que a estas alturas tiene un club de fans reducido termina siendo la Mano del Rey. Todas estas decisiones son a nivel argumental perfectamente válidas – excepto Jon, que tendría que haber muerto -, pero necesitaban más tiempo para cuajar, para que no dejaran con cierta sensación de haberse perdido algo por el camino. Es un problema fácilmente disculpable, si tenemos en cuenta que la serie había que acabarla esta temporada sí o sí, a riesgo de acabar como George R. R. Martin, que cada vez que habla parece que el hombre añade más páginas y más tomos a una saga que en sus manos parece La Historia Interminable.

Con sus aciertos y sus errores, Juego de Tronos ha reescrito las reglas a vista de dragón. Es cierto que no ha conseguido aterrizar con toda la elegancia que hubiéramos querido, pero cuando uno vuela tan alto algunas turbulencias son inevitables y la sensación general del viaje es que ha merecido la pena. Dracarys.

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