‘Gentleman Jack’ y Suranne Jones nos seducen con la arrolladora Anne Lister

Hay muchas formas de etiquetar Gentleman Jack. Y como todas las etiquetas todas  suenan a que algo se queda fuera. ¡El Fleabag de la Regencia! Ya sabéis porque la heroína rompe de vez en cuando la cuarta pared para exteriorizar su monólogo interior.  Pero lo hace llevando enaguas porque está ambientado en el Halifax de 1832, así que podría ser una versión norteña de Jane Austen. Pero eso tampoco termina de encajar del todo porque es sobre Anne Lister que – desde que su diario, codificado y larguísimo, salió a la luz fue descifrado fue apodada la primera lesbiana moderna- era una auténtica fuerza de la naturaleza obligada a trabajar con normas sociales muy restrictivas así que ¿nos decidimos por una Brontë LGTB?

La respuesta me temo que debe ser que no, aunque Gentleman Jack tenga todas esas pinceladas, lo cierto es que se alimenta de tal forma de la unicidad y de la personalidad de sus dos protagonistas que sería injusto limitarla de esa manera. No en vano esos diarios nos hablan de su faceta de terrateniente, de cómo viajó por el mundo, se convirtió en magnate del carbón, de su vida como montañera y como “parisina”, que viene a ser el término corto del Halifax de los años treinta para “ávida seductora de otras mujeres”. La serie comienza con ella, Anne Lister, irrumpiendo – porque con semejante energía no puede decirse que simplemente regrese- de nuevo en su ciudad natal. Lister no era perfecta y la serie no se molesta en intentar que lo sea, más de una vez sus prejuicios de clase salen a relucir, pero sí que es honesta, divertida, y una de esas personas que hacen que la habitación vibre cuando ella entra. Una tras otras las damas que aparecen en pantalla o bien se escandalizan o bien se fascinan por esta mujer a la que parece que nada ni nadie puede detener. La interpretación de Suranne Jones no podría ser más carismática. Consigue exudar inteligencia, fuerza, competencia y un ansia por la vida que no podrían estar más lejos de lo que uno espera de la feminidad victoriana.

Porque, en el fondo y de muchas formas de la serie dirigida por Sally Wainwright  (Happy Valley) no es más que la clásica historia de amor victoriana: con su ritmo tranquilo, las conversaciones sobre rentas, los corsés, las crinolinas, las diferencias casi insalvables por género y clase. Tenemos un industrial avaricioso y un amor prohibido. La variable es que en vez de un señor Heathcliff, Darcy o Forrester tenemos a la señorita Lister.

Y por eso funciona, porque en el momento en el que Jones aparece como Lister lo entiendes. Vemos el cariño exasperado por su mucho más convencional hermana (interpretada deliciosamente por Gemma Whelan, a la que hasta ahora habíamos visto como una especie de Anne Lister de los Siete Reinos en la piel de Yara Greyjoy), como parece que la incomprensión y los intentos de  hacerla retroceder hasta la actitud que debe tener una dama como las normas mandan no tienen efecto en ella. Y también vemos la vulnerabilidad con Mariana Lawton y, por supuesto, con Ann Walker (Sophie Rundle).

La señorita Walker es una dama rica, joven y protegida. Carne de cañón para caza-fortunas. Y sufre de “nervios” eso que decían que tenías en el XIX cuando no encajabas muy bien del todo con lo que se suponía que debías ser, pero aún así lo intentabas causándote una infelicidad absoluta en el proceso. Es un personalmente igualmente complejo y cautivador desde su delicada resistencia. Y también es la contraparte perfecta a la energía arrolladora de Lister.

Gentleman Jack nos muestra así el camino recorrido no por una mujer, si no dos, dispuestas a dinamitar las convenciones sociales. Aunque sea de formas muy diferentes.

Un comentario

Deja un comentario