Érase una vez en… Hollywood no será la última película de Quentin Tarantino que llegue a la gran pantalla. Aunque a algunos nos cueste aceptar su órdago, parece que ese privilegio le será otorgado a un décimo y por ahora incierto filme que pondrá punto y final a la filmografía de este enfant terrible que arrancó a principios de los noventa con la transgresora Reservoir Dogs.
En todo caso no nos hubiese extrañado que la cinta protagonizada por Leonardo DiCaprio y Brad Pitt hubiese constituido la despedida definitiva del cineasta con su público, siendo como es una oda a la cultura popular estadounidense en la que se fraguó su manera de entender la industria y a la que ha querido rendir tributo con su trabajo más personal.
Tarantino, cuya juventud transcurrió entre películas de cine negro, spaghetti westerns, cintas de kung-fu y un sinfín de producciones televisivas, ha querido verter sus pasiones más viscerales en un filme atractivo, por momentos deslumbrante pero también atípico e imperfecto.
La historia de Rick Dalton, un actor de segunda que anhela dar el salto definitivo al estrellato tras granjearse cierta notoriedad como protagonista de su propia serie, supone una eficaz representación del crepúsculo de la edad de oro de Hollywood. Unos convulsos años sesenta que el director rememora entre cadillacs, hippies y estudios de rodaje pero sin perder de vista sucesos tan escabrosos como los asesinatos perpetrados por los seguidores de Charles Manson.
La sensual presencia de Margot Robbie interpretando a la actriz Sharon Tate es una buena pista de hacia dónde se dirige un filme que curiosamente opta por abstraerse durante buena parte de su metraje de todo lo concerniente al caso en pos de disfrutar de un viaje de casi tres horas que profesa el más genuino amor a la profesión.
Robbie, que revolotea por el filme como fruta prohibida de un esplendoroso star-system en metamorfosis, es precisamente uno de los elementos más controvertidos de la función. La actriz nunca acaba de adquirir la importancia narrativa que se presuponía y sus apariciones quedan desligadas de los personajes de DiCaprio y Pitt, una dupla brillante que constituye el verdadero motor de la película.
Suyas son las escenas más atrevidas de un filme que se deja llevar por el buen humor y la excelente labor de sus intérpretes. Como contrapartida, a pesar de que Tarantino vuelve a demostrar que es único planteando situaciones ridículamente incómodas, los diálogos carecen del ingenio al que nos tiene acostumbrados. Es el principal motivo por el cual la cinta combina de manera desconcertante instantes sublimes con escenas insustanciales, en las que siempre esperas que ocurra algo inesperado o extraordinario.
No todo es un sinsabor, ni mucho menos. Porque más allá de lo que pueda parecer a primera vista y a pesar de que el realizador adopta una narrativa más convencional que en sus anteriores trabajos hay muchos rasgos tarantinescos en Érase una vez en… Hollywood. La cinta simpatiza con los perdedores como ocurría en Pulp Fiction, reivindica la figura del especialista de cine empleada por partida doble en la irregular Death Proof, recurre a la violencia más paródica de Django Desencadenado e incluso se permite pervertir la realidad al estilo de Malditos Bastardos. La conclusión, sin ir más lejos, lleva impresa la firma del autor.
Tarantino ha hecho justo la película que quería hacer, un ejercicio de nostalgia de exquisito gusto estético que no se preocupa por los dictámenes comerciales. Un capricho travieso con tintes fetichistas que va mucho más allá de unos pies desnudos apoyados en un salpicadero. Que los hay, y además bastante sucios.
Consigue aquí Érase una vez…en Hollywood
¡Brillante artículo!!