Es posible que la macabra fascinación del espectador por la figura del asesino en serie atienda a motivos muy variados. Sin embargo, si tuviésemos que señalar uno sólo, diríamos que a veces asomarnos a aquello que nos produce más pavor es también nuestro mayor deleite.
De esta incongruencia, corroborada por los millones de ejemplares vendidos por autores tan perversos como Thomas Harris, se han servido el cine y la televisión para presentarnos un sinfín de producciones en las que tenaces investigadores miden su astucia con las mentes más viles y retorcidas que alguien pudo concebir.
La serie de David Fincher quiso ir un paso más allá en su propuesta cimentando su relato en criminales reales, sujetos que no tenían nada de fantástico y cuya violencia y depravación provenían de lo más malévolo de la naturaleza humana, de ahí su capacidad para atemorizarnos y también para seducirnos.
En su primera temporada fuimos testigos de cómo los agentes del FBI Ford y Tench, con la colaboración de la doctora Carr, entrevistaban a varios de estos ilustres criminales con la esperanza de establecer perfiles psicológicos que pudieran servir para entender y por ende atrapar a otros de estos homicidas. Encuentros en los que sus responsables dieron un verdadero recital en lo que se refiera a la escritura de los diálogos, inteligentes e incisivos, y a esa puesta en escena tan sobria y contundente.
Con la Unidad de Análisis de Conducta en pleno funcionamiento, Mindhunter ha querido continuar su andadura ahondando todavía más en la faceta más personal de sus integrantes, un privilegio del que hasta ahora sólo había gozado Holden. Sorprende que el personaje, que parecía encontrarse en el ojo del huracán tras su colapso, se haya hecho a un lado cediendo gran parte del protagonismo a Bill, cuya complicada situación familiar ha resultado ser lo más inquietante de esta nueva tanda de capítulos.
Porque si en la primera temporada era el propio Holden el que encontraba desconcertantes similitudes entre el carácter de los sujetos de estudio y el suyo propio, en esta ocasión será su compañero el que se muestre atormentado al observar cómo después de un trágico suceso su propio hijo parece adoptar un comportamiento que puede conducirle por el peor de los caminos. El mismo que él y sus compañeros escudriñan a diario.
Los temores de Bill son alimentados con maestría por los guionistas, enfrentándole en cada episodio a las venenosas palabras de los dementes frente a los que deberá sentarse o a las vicisitudes de un caso con el que apenas será capaz de lidiar. Porque es en este punto en el que la serie evoluciona su fórmula, haciendo que los agentes trabajen sobre el terreno y aplicando aquello que han ido aprendiendo a lo largo de su trayectoria en el departamento.
Su nuevo cometido no sólo pondrá de manifiesto la importancia de la labor que realizan ante las dificultades que entraña identificar a un asesino en serie tan implacable, sino también el largo camino que les queda por recorrer antes de alcanzar su objetivo. Nadie mejor que Ed Kemper, que vuelve para regalarnos otra aparición cautivadora, para dejar constancia de ello con una mera frase: “Creo que lo que sabéis de asesinos en serie lo habéis deducido de los que habéis cogido”.
Los asesinatos de Atlanta aportan un mayor grado de complejidad e incertidumbre a la serie. El carácter mediático del caso, las implicaciones raciales del mismo o las trabas del sistema que deben esquivar los investigadores en su fatigosa caza del asesino nos devuelven constantemente a la realidad e impidiendo que los elementos propios de la ficción desequilibren la balanza.
Por otro lado, es de agradecer que Mindhunter no se rinda plenamente al estereotipo más explotado del serial killer, ese personaje sutil, encantador y sumamente inteligente en el que suelen recrearse los guionistas. Los maniacos que debutan esta temporada vienen a confirmar algunos de los rasgos más comunes en este tipo de dementes, como su vanidad y su pasado traumático, pero también introducen nuevos matices. Monstruos que también dan muestras de inesperadas torpezas y una profunda ignorancia que posibilitan escenas que no tienen desperdicio y rozan lo deliciosamente absurdo.
La excepción, claro está, tiene nombre propio: Charles Manson. El famoso sectario goza de sus minutos de gloria si bien su aparición parece más un reclamo para avivar el interés por la serie que una necesidad en sí misma. Algo así como una deuda que sus responsables han querido saldar con su público cuanto antes pese a no resultar determinante para la trama principal, algo que varios de los protagonistas sugieren tímidamente antes de que tenga lugar el encuentro. Esto no significa que no sea uno de los momentos más memorables de estos nueve episodios por su intensidad e imprevisibilidad, de hecho nos sorprendería no volver a saber de él en el futuro dada su asombrosa capacidad para infundir duda y temor en sus interlocutores.
Muy poco se le puede reprochar a la segunda temporada de Mindhunter. Quizás una menor trascendencia de la doctora Carr, que pese a ser una pieza fundamental para el buen funcionamiento de la unidad queda relegada a un segundo plano y desligada de la investigación principal. El personaje ha quedado expuesto desde una perspectiva más personal, y su acercamiento a Bill como amiga y confidente deja un buen sabor de boca, aunque en líneas generales su aportación nos ha resultado insuficiente. Tampoco convence la tibieza con la que han tratado la crisis de ansiedad de Holden, un episodio que amenazaba con trastocar su equilibrio mental y que finalmente no le ha impedido desempeñar sus obligaciones con relativa normalidad.
No cabe duda de que muchas de las semillas que Fincher y su equipo han ido plantando en estas dos primeras temporadas acabarán germinando en futuras entregas, siempre que a la serie le permitan seguir con el plan establecido que contemplaría al menos tres años más de cigarrillos, expedientes y magnetófonos. Esperamos que así sea, porque mirar al mal a la cara nunca había sido tan estimulante.
A mí el momento que me impresionó y que disfruté más de esta segunda temporada no fue la nueva entrevista a Kemper, sino a la que hacen al denominado “hijo de Sam”: un tipo que simula oír voces que le invitan al crimen, pero que después de un brillante interrogatorio, admite su engaño. Su débil sonrisa “in crescendo” en esos momentos es lo mas aterrador. Y su perfil: Un hombre normal, sin traumas infantiles ni rollos raros que obtiene placer sexual con “la caza” y el asesinato. Así, sin más. Y eso es lo que verdaderamente da miedo.