Ya puedo oír las quejas al leer la sinopsis de La trinchera infinita. ¿Otra película más de la Guerra Civil? ¿Hacía falta, no hay ya suficientes? Bueno, pues parece que hay hueco para una película más sobre aquellos años cruciales de nuestra historia. El foco aquí no está tanto en lo político- que está- sino en lo humano. Porque no hay nada más nuestro que el instinto de supervivencia, de seguir en este mundo sea cuales sean las circunstancias. Así, Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, después de las aclamadas Loreak y Handia nos presentan un relato de supervivencia en una situación imposible.
El protagonista es un “topo” (Antonio de la Torre), un hombre que tras la Guerra Civil se ve obligado a mantenerse oculto en casa durante la friolera de treinta y tres años para no sufrir represalias por su ideología. Claro, que cuando él se encierra lo hace con la esperanza de que pronto todo vuelva a la normalidad. El tiempo le demostrará que se equivoca, convirtiendo la situación tanto para él como para las víctimas colaterales de sus circunstancias: su mujer la primera, cuya situación puede que no sea tan llamativa, pero que sin lugar a dudas es desgarradora. Arregi, Garaño y Goenaga logran esto sin caer en ningún momento en la tentación de dotar de heroicidad ningún aspecto ni de la odisea ni de su protagonista: es una situación horrible, que principalmente solo engendra dolor. Y el dolor, nos quieran vender lo que nos quieran vender, no se traduce en una mayor clarividencia de lo importante en la vida, o en ningún atributo trascendental. El dolor se traduce en desesperación, en miedo y en mezquindad. Y esas son las características que acabarán adornando al protagonista y a su historia. No podrían ser otras.
Todos los intérpretes de La trinchera infinita realizan un trabajo brillante, pero si hay alguien que destaque es una extraordinaria Belén Cuesta que se come la pantalla a dentelladas y se echa a las espaldas alguna de las escenas más crudas de la película. La claustrofobia, la locura y la desesperanza, la peligrosidad de la situación, de los vecinos que tienen certezas aunque no tengan pruebas, la aparición de los celos. El acierto del largometraje está en centrarse en lo más humano y doméstico de la tragedia. En no establecer afirmaciones sino plantear dudas. ¿Es él un héroe o un cobarde? ¿Es justo para ella quedar encerrada sin paredes y sin grilletes? ¿Cómo aguantar la situación sin enloquecer?
Al final, razonamiento de los directores es incontestable. Hasta la más terrible de las situaciones, si se extiende, puede acabar convirtiendo el dolor en costumbre.