
Miss Americana es la transformación de la buena chica estadounidense, la vecina de al lado de sonrisa perfecta y que nunca incomoda aunque ella se autodestruya en su intento de mantenerse siempre nueva, siempre interesante y siempre agradable. La transformación, decimos, de esa chica en una mujer consciente de su lugar en el mundo, de su poder, de lo que supone y de lo que quiere hacer con ello. De chica buena a soberana de su imperio. Porque lo de Swift, aparte de gatitos, unicornios, lentejuelas y pintalabios rojo es un imperio musical millonario. Que lo suyo le ha costado como para dejar que se lo manejen otros.
No nos engañemos, como todos los documentales de este género, hay mucho de impostado y de preparado en el metraje de Miss americana, no esperábamos otra cosa, pero pese a eso, lo cierto es que también hay mucho de lo otro: de los miedos, matarse de hambre para mantenerse en un estándar que siempre dictan otros, el ser consciente de sus debilidades y un intento de entenderlas (y entenderse, suponemos) sin perder de vista sus privilegios.
Un documental con más de escenas en pijama de franela, de ensayos con moño de loca mientras espera que lleguen los tacos y que pivota alrededor por su paso por el tribunal para demostrar que un locutor de radio le acosó. Un intento de recobrar su voz sin intentar controlar una narrativa de la que ya hace mucho que dijo que no le gusta estar incluida, pero que forma parte de su trabajo. No vamos a engañarnos a estas alturas, la prensa, el público y hasta otros famosos necesitan aupar y derribar ídolos, sin que muchas veces tengan oportunidad de decir esta boca es mía los protagonistas del asunto.
Lo más interesante de esto (un brand-management, sí, pero que por el camino suelta unas cuantas verdades), es la observar el camino que recorre desde su paso por el tribunal (“yo tengo dinero, poder, fotos y testigos. ¿Qué pasaría si fuese solo su palabra contra la mía?”) hacia una conciencia social y la reconciliación de la estrella del pop con que le está permitido tener ideas políticas, aunque no gusten a todo el mundo . Y el testimonio más crudo sucede en su coche, en la absoluta soledad, cuando reconoce sus trastornos alimenticios por intentar alcanzar un modelo de belleza inalcanzable. “Si eres delgada, no tienes el culo que quieren. Pero si tienes un buen culo, no tienes la tripa plana. Es todo imposible, joder”, declara contra los moldes que asfixian lo que realmente le importa y necesita: componer, comunicarse. Para pasar a continuación a negarse a que “un Trump con peluca” niegue los derechos homosexuales en nombre del cristianismo porque, simplemente, no es justo.
Taylor Swift grita que no se va a callar ante la violencia contra el cuerpo de las mujeres, que nova a quedarse en silencio mientras discriminan al colectivo LGTBI+, y lo reclama envuelta en un gran abrigo rosa y unas gafas moradas. Porque lo cortés no quita lo valiente, ni está reñido con la purpurina.