Crítica de Richard Jewell – Pesadilla de un héroe americano

Es cuanto menos adecuado que Eastwood, que como actor ha tenido la oportunidad de salvar el día en innumerables ocasiones a lo largo de su dilatada trayectoria, utilice la gran pantalla para reivindicar la figura del héroe auténtico. Apenas un año después del estreno de Mula, el veterano realizador vuelve a ceñirse a su labor tras las cámaras para contarnos la historia de Richard Jewell, un guardia de seguridad que salvó numerosas vidas durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996 al detectar una mochila llena de explosivos.

El asombro por tan extraordinaria hazaña no tardó en tornarse en sospecha, de ahí que el protagonista de la cinta tuviese que iniciar un farragoso proceso para limpiar su nombre tras conocerse que el FBI se encontraba investigando su posible participación en el atentado. El detonante, un artículo de 1997 publicado en Vanity Fair bajo el título ‘American Nightmare: The Ballad of Richard Jewell’ que sirve como pretexto para que el director de Sully vuelva a pisar un terreno que ya exploró en la película protagonizada por Tom Hanks.

Denostado por su propio gobierno y a merced de una opinión pública voluble, la cruzada de Jewell aborda problemáticas que se sienten actuales y sobre las que Eastwood reflexiona con contundencia y sin los disimulos de lo políticamente correcto. La responsabilidad de la prensa y su capacidad para incidir en la masa social y por ende condicionar la vida de cualquiera es objeto de su mirada más inquisitiva, la misma que en el pasado soportaron tantos forajidos de gesto torcido antes de poner a prueba su puntería. A ellos, como a los periodistas sin escrúpulos, también les interesaba más abatir al héroe que recrearse en sus proezas.

Richard Jewell está estructurada con precisión milimétrica, conduce con excelente pulso las diferentes tramas de las que se compone y armoniza géneros que van desde el biopic al drama judicial permitiéndose certeras pinceladas de comedia. Un juego de contrastes para una historia narrada con sencillez y efectividad, cuyo buen funcionamiento le debe mucho a la perfecta elección del reparto.

El acierto no sólo se limita a su trío protagonista, si bien sería inexcusable no elogiar la excelente labor de Paul Walter Hauser, cuya caracterización se antoja impecable, así como la de unos infalibles Sam Rockwell y Kathy Bates. Ellos son el alma de un relato introspectivo y muy humano que según avanza hacia su conclusión saca a relucir la faceta más sentimental del cineasta. Al fin y al cabo, ningún héroe transmite más empatía al espectador que uno alejado del arquetipo y cuya llaneza no parecen tener cabida en un sistema acostumbrado a masticar a honestos e idealistas.

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