Mucho se ha hablado del triunfal retorno comercial del survival horror. La fascinación por P.T., aquella frustrada demostración de lo que la saga Silent Hill tenía que ofrecer en la actual generación, y la exitosa reinvención de Resident Evil con su estremecedora séptima entrega demostraron que los sellos más consagrados todavía podían calar hondo en un mercado que seguía demandando experiencias terroríficas y que no se había olvidado de aquellos títulos que una vez constituyeron un importante pilar del catálogo de consolas como PlayStation.
Pero que el género se haya vuelto a abrir a las grandes producciones no implica que los estudios más modestos también quieran poner su granito de arena con propuestas de carácter experimental o que rindan tributo a los clásicos que enamoraron en la década de los noventa. Recuperar las sensaciones que nos transmitieron las primeras entregas de Resident Evil, Alone in the Dark o Silent Hill es precisamente el objetivo de Dawn of Fear, un thriller psicológico en el que el equipo de Brok3nsite vuelca toda su pasión por el terror y que ha contado con el apoyo PlayStation Talents y del programa de Lanzadera PlayStation.
Ni que decir tiene que serán los jugadores más veteranos los que mejor sepan apreciar las bondades de una obra que hace de la nostalgia su mejor virtud. Los escenarios claustrofóbicos, las criaturas de pesadilla, la escasez de munición, el sistema de cámaras fijas o las limitaciones a la hora de guardar la partida son algunos de los elementos básicos de una fórmula con un aroma de lo más familiar y que combina con bastante acierto la acción, la exploración y la resolución de rompecabezas.
El regreso del joven Alex a la antigua residencia de su familia será el punto de partida de una aventura tan oscura y retorcida como el escenario en el que se sucederán los acontecimientos. El lugar, que guarda una estrecha vinculación con los traumas más profundos del protagonista, alberga amenazas inimaginables y múltiples secretos que el desdichado visitante deberá desvelar si aspira a salir de allí con vida.
Basta con echar un vistazo a la mansión en la que estaremos confinados para comprender hasta qué punto el trabajo del estudio valenciano trata de homenajear a los grandes exponentes de la generación de los 32 bits. Esas estancias lúgubres que recuerdan a las que recorrimos con Jill Valentine y Chris Redfield hace más de dos décadas no son la única referencia a obra de Shinji Mikami de un título que cuenta con multitud de guiños en sus puzzles y en un sistema para guardar el progreso en el que las máquinas de escribir han sido sustituidas por velas. Tampoco podemos obviar esos monstruos de apariencia lovecraftiana que poco tienen que envidiar a los que se interpusieron en el camino de Edward Carnby e incluso esas inquietantes melodías que evocan los alrededores del nebuloso pueblo en el que Harry Mason buscaba desesperadamente a su hija.
Dawn of Fear logra reproducir con eficacia esa sensación de peligro constante que imperaba en los juegos en los que se inspira y que los convirtió en objeto de culto. Es precisamente su notable ambientación la que refuerza una propuesta cuyo escaso presupuesto acaba penalizando una producción que adolece de importantes problemas técnicos y jugables.
A las dificultades del juego para fijar correctamente la cámara entre transiciones hay que sumarle un control torpe y que nos complica desplazarnos, hacer frente a los enemigos o detectar los objetos dispersos en los escenarios. Por si esto fuera poco, es habitual sufrir severos bajones en la tasa de fotogramas y tropezarnos con una gran variedad de bugs que ponen de manifiesto la pobre optimización del título.
Es una lástima que estos defectos ensucien un juego planteado con ilusión y al que le ha faltado un empujoncito para alcanzar cotas más altas. Completarlo nos llevará unas cuatro horas, si bien en su recta final la dificultad es tan elevada que muchos jugadores necesitarán invertir algo más de tiempo si quieren llegar a ver los títulos de crédito. Su precio, 19,99€, puede ser un buen incentivo para aquellos que sepan perdonar las carencias de proyectos tan modestos y quieran echar la vista atrás y recordar esos años en los que cada bala en nuestro cargador valía su precio en oro.