La línea invisible: del sueño revolucionario a la pesadilla del terrorismo

Los narradores, novelistas, cuentistas, cineastas, guionistas y, en general, cualquier persona cuyo oficio sea el noble arte de contar historias no se puede permitir el lujo de juzgar a sus personajes. Aunque sean inevitables las tendencias hacia uno u otro, hacia una idea u otra – al final, humanos somos y la cabra tira al monte- si uno se pone totalmente en contra -o totalmente a favor- de sus propios personajes la historia sale coja, renquea, no emociona, huele a panfleto bidimensional. Ya sacarán (sacaremos) nuestras propias conclusiones los espectadores. Por eso es un oficio tan peligroso este de contar historias, más si estas son reales y todavía duelen, mal cicatrizadas.

La línea invisible, serie de 6 episodios dirigida por Mariano Barroso para Movistar+,  nos sitúa enel nacimiento de ETA, que por aquellos años no era más que un grupo de “niñatos de las juventudes del PNV, una mezcla de jesuitas y comunistas nada peligrosos”, tal y como dice en la serie Melitón Manzanas (Antonio de la Torre), jefe de la Brigada Político-Social en Guipúzcoa y personaje controvertido y también marcado de violencia por su vinculación con la Gestapo.

El primer asesinato oficial de ETA fue un 7 de junio de 1968, poco después de que en Francia hubiesen estado a vueltas con un mayo muy peleón. El guardiacivil José Antonio Pardines Arcay, de 25 años, regulaba el tráfico en un tramo de la Nacional I a la altura de Aduna. Alrededor de las cinco de la tarde, Pardines dio el alto a un Seat 850 Coupé blanco, con matrícula de Zaragoza, que respondía al modelo de un coche denunciado por robo. En él viajaban Iñaki Sarasketa, de 19 años, militante de ETA y dirigente de la agrupación en Guipúzcoa, y Etxebarrieta, profesor universitario asociado, poeta y hermano de José Antonio Etxebarrieta, peso pesado de la organización.

Etxebarrieta (Àlex Monner), protagonista de la serie, fue un radical, un militante del proyecto de independencia del País Vasco a cualquier precio (y qué importante es esta coletilla “a cualquier precio”). El líder que defendió a ultranza que la única oportunidad de supervivencia de ETA era «Hacer lo que nadie más está dispuesto a hacer». Más tarde, Sarasketa, afirmó que ‘Pepe’ -ese era nombre en clave de Etxebarrieta- había tomado anfetaminas que le provocaron primero una gran euforia y después un ataque de pánico.

Hay dos “líneas invisibles” a tener en cuenta en esta serie: la primera, su centro narrativo, la del primer asesinato de una banda armada que, a pesar de su disolución oficial sigue muy presente en nuestra vida política actual y el retrato de estos chavales que pronto dejarán de serlo para ser los nuevos monstruos que hagan temblar una nación que ya venía de temblar por otros terrores; otra,  la de que contar una historia con personajes humanos no se convierta en un blanqueamiento de unas heridas  de las que ya han tratado de sacar rédito muchos y a menudo.

Barroso se mueve con delicadeza – y, a veces, de forma demasiado higiénica- en esa fina línea invisible y enseña que los monstruos que poblaron nuestras pesadillas durante décadas al final son solo personas que eligen – o dejan que elijan por ellos- que pesen más el odio, el miedo, la cerrazón y que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Que uno puede comenzar luchando contra el fascismo y alimentarse de violencia hasta acabar pensando que los daños colaterales son “socializar el sufrimiento”o aquello tan terrible y tan manido de “el fin justifica los medios”.

Si verlos en la ficción de Movistar+ como seres humanos hace que duela más o menos el asunto, si es como echar sal en la herida o como el picor que precede la curación… eso es decisión de cada espectador.

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