Teniendo en cuenta que la serie creada y producida por Steven Spielberg sólo logró sostenerse en antena durante dos temporadas es comprensible que a muchos les resulte extraña la gran expectación que ha suscitado el regreso de Cuentos Asombrosos. Al fin y al cabo, si ni siquiera el Rey Midas de Hollywood fue capaz de garantizar la continuidad de la ficción a mediados de los años ochenta parece complicado que una producción de estas características encuentre su sitio tres décadas después en una parrilla tan saturada como la actual.
Claro que si hay algo que el público ha conservado durante todos estos años ha sido precisamente su insaciable apetito por lo insólito, la búsqueda de ese deleite implícito en dejarse sorprender por relatos cautivadores e imprevisibles. El éxito de series como Black Mirror ha demostrado que el viejo formato de historias independientes y autoconclusivas no está ni mucho menos obsoleto y que sigue siendo un recurso muy válido para captar la atención de los espectadores. Sin ir más lejos el pasado año la cadena CBS trajo de vuelta The Twilight Zone, otro mito de la pequeña pantalla que ya en su día resultó ser un poderoso referente para Cuentos Asombrosos.
No fue una serie perfecta, pues no todos sus episodios mantenían el mismo nivel de calidad, pero sí atesoraba cierto encanto que muchos continúan reivindicando. De su irregular trayectoria podemos rescatar verdaderas joyas televisivas como La misión, Papá momia, La última ronda o No pierdas la cabeza, que se movían con fluidez entre géneros tan variados como la fantasía, la comedia o el terror más inofensivo. Cabe decir que sus propuestas nunca fueron tan perversas como las de La Dimensión Desconocida o Más allá del límite, inclinándose siempre hacia una narrativa más amable y menos fatalista.
El reboot que ha hecho su debut en la plataforma de Apple TV+ ha tratado de mantener intactas muchas de las señas de identidad de la antología original. Si atendemos a las premisas de los cinco capítulos que conforman la primera temporada lo cierto es que todo parece encajar en los cánones de esta producción: un trágico romance entre dos jóvenes que pertenecen a épocas distintas, una corredora que tras morir en un accidente seguirá velando por su mejor amiga, un abuelo cascarrabias que adquiere superpoderes al recibir un misterioso anillo, una mujer que despierta de un coma siendo incapaz de reconocer a su propia hija y un piloto de la Segunda Guerra Mundial cuyo avión se estrella en el presente.
Todos estos relatos han sido abordados con sensibilidad y plasmados en pantalla con elegancia, tal y como puede comprobarse en El sótano, el primero de la tanda. El cariz emocional que impera en la narración nos da algunas pistas de la tónica general de una ficción que según avanza parece rendirse cada vez más a la nostalgia y al melodrama. El dolor de la pérdida, el inexorable paso del tiempo o el modo en el que nuestras decisiones afectan a la vida de los demás son temáticas recurrentes en las historias de unos personajes siempre afligidos por sus experiencias pasadas, con una mención especial para esos conflictos paterno-filiales que no pueden faltar en toda producción con el sello de Spielberg.
La fórmula no siempre funciona como cabría esperar. En el mejor de los casos tenemos ¡Dynoman y Voltio!, un episodio que desprende la inequívoca fragancia de la ficción ochentera y que es sin duda el que mejor consigue captar la esencia de los clásicos. Una grata mirada al pasado que no necesita ser excesivamente original para dejarnos un mejor sabor de boca que otros capítulos que no terminan de despegar como La eliminatoria, incapaz de disimular sus incoherencias pese a su fortaleza visual, o Signos vitales, muy poco inspirado y que adolece de una notable falta de ritmo.
En una temporada con tan sólo un puñado episodios cada bala cuenta y lo cierto es que la ficción erra el tiro demasiadas veces como para no calificarla de decepción moderada. Da la impresión de que Cuentos Asombrosos ha perdido algo durante el proceso de resurrección. Llamémosle audacia, chispa o capacidad de sorpresa, pero lo cierto es que las carencias de la serie apuntan directamente al adjetivo que engalana su esplendoroso título. Ninguna de sus historias ha logrado seducirnos hasta tener el convencimiento de haber visto algo excepcional, o al menos ofrecernos un desenlace digno de recordar. A un producto de estas características hay que exigirle más, mucho más.
Porque a la flaqueza de los guiones hay que añadir cierta falta de ambición, lo cual sí resulta inaudito teniendo en cuenta quiénes avalan la serie y el reiterado interés de Apple Tv+ en fortalecer un catálogo que todavía está lejos de competir con los grandes servicios de streaming del mercado. Sólo hace falta echar un vistazo a La Grieta para apreciar el ajustado presupuesto con el que han contado y que con toda seguridad palidece frente al de otros de los principales reclamos de Apple Originals. Su segunda temporada, de la que todavía no hay detalles, otorgará a sus responsables una segunda oportunidad de resarcirse y recuperar esa magia que tanto hemos echado en falta. ¡Que alguien llame a Robert Townsend y a sus plantas escritoras!
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