Hubo un tiempo, mucho antes de que Bruce Wayne tuviese el irrefrenable impulso de liarse a guantazos con Superman o que el Señor del Océano desechase su última maquinilla de afeitar y amenazase con conquistar los Siete Reinos, en el que el universo cinematográfico de DC era mucho menos tétrico y formal. Fue una época tabú en la que al Caballero Oscuro le costaba horrores hacer honor a su título y en el que todo valía con tal de entretener al respetable aunque eso significase restarle algunos traumas al justiciero de Gotham o citar en el set a Jim Carrey, que no dudó en poner su inagotable repertorio de gestos histriónicos al servicio de Edward Nigma.
Espectáculos de inocencia palomitera para tiempos más civilizados, en los que Batman se podía permitir plantar un par de pezones en su traje sin que nadie le sacase los colores o mostrar un primerísimo plano de su paquete y sus nalgas de acero cada vez que se vestía para la ocasión. Un héroe hecho a sí mismo que no salía de su cueva sin su propia bat-tarjeta de crédito y que conducía un batmóvil al que había instalado más luces que una verbena.
La propuesta de Joel Schumacher se desmarcaba de la lobreguez gótica de Burton aportando una estética caricaturesca inspirada en las primeras historietas y un tono más jovial que conectase con el público juvenil, que fue cómplice de esa sonrisa picarona de Val Kilmer al enterarse de que a Nicole Kidman el que le hacía tilín era el señor Wayne y no su alter ego disfrazado o de las gamberradas de un Dick Greyson que a las primeras de cambio le birlaba al hombre-murciélago las llaves del coche para fardar un rato por la ciudad, buscar bronca y de paso robarle un beso a la primera chica en apuros que encuentra. Chris O’Donnell confirmó su estatus de estrella teen dando vida a un Robin colmado de chulería y que como buen adolescente no paraba de reprocharle a su mentor su actitud sobreprotectora cada vez que salían a repartir estopa. No tardaría en tener competencia gracias a la irrupción de Batgirl. O lo que es lo mismo, de Alicia Silverstone, otra especialista en forrar carpetas en los institutos.
Hablar de Batman Forever y en especial de Batman y Robin en cualquier coloquio es el equivalente a echar carnaza en el agua a la espera de que los escualos emerjan a la superficie atraídos por el dulce aroma de la sangre fresca y conscientes de que sí, alguien debería haber traído un barco más grande. Las cintas de Schumacher han sido vilipendiadas durante años de mil formas diferentes por críticos y aficionados, muchos de los cuales se avergonzarían al reconocer que siendo mozalbetes asistieron al estreno de sendas entregas y las disfrutaron abrazados a un enorme vaso de refresco. Nada que ver con la trilogía de Nolan, tan sombría y cautivadora -y también pretenciosa e imperfecta- que para muchos supone el último baluarte de un personaje tan inmerso en la cultura pop que con cada nueva aparición acostumbra a generar apasionados debates.
En todo caso sorprende que a día de hoy, tras los relativos fiascos de Batman vs. Superman o La Liga de la Justicia, los fans de DC hayan decidido aclamar al unísono el debut en la gran pantalla de ¡Shazam! y la reunión de las Aves de Presa. Porque en el caso de la cinta protagonizada por Zachary Levi su celebrada autoparodia tiene mucho en común con la lectura que Schumacher hizo de la mitología batmaníaca y la conexión del héroe con su nueva familia, mientras que la “fantabulosa” emancipación de Harley Quinn comparte ese gusto por los excesos noventeros que, ahora sí, es lo más cool de un género al que se le empiezan a reclamar conceptos creativos menos austeros.
Cabría preguntarse si sería tan descabellado que la Hiedra Venenosa de Uma Thurman formase tándem con la Harley de Margot Robbie en un mismo filme. O si las desinhibidas coreografías de la película firmada por Cathy Yan son más deleitables que la de aquella lucha entre Grayson y los pandilleros en la que se despilfarraba pintura y barras fluorescentes, tal vez lo más kitsch que podamos encontrar en cualquier superheroe movie.
Pensadlo porque a lo mejor, dentro de diez o veinte años, estas inefables películas pasan de ser un bochorno cinematográfico a películas de culto. ¿O lo son ya? Parece que sí, vamos a necesitar un barco más grande.
Consigue en este enlace Batman Forever y Batman y Robin