Emily in París: ligera y bonita como un ‘macaron’

Hoy nos vamos a París con Emily. O más bien a la visión de París que tienen los estadounidenses. Porque Emily in Paris son planos hermosísimos de la ciudad de la luz, moda carísima y huele a una mezcla de croissant recién hecho y perfume caro… y tiene todos los tópicos que te puedas encontrar sobre los franceses. Unos más justos, otros menos y otros que encajan dependiendo de con qué parisino te encuentres. Pero es que la ficción de Netlix no pretende ser una serie buena, sino una ficción que te hace sentir bien.

Es un cuento ligero, en capítulos de veinte minutos para que te los meriendes tan a gusto como una buena crep parisina. Todo el mundo es guapísimo y vive una vida de lujo, todos los hombres franceses se enamoran de la protagonista al más puro estilo Sookie, pero como es Lily Collins ni se lo vamos a tener en cuenta ni les vamos a culpar por ello.

Darren Star utiliza de nuevo las fórmulas que tan buen resultado le dieron en Sexo en Nueva York, con el mismo esteticismo y el mismo puritanismo estadounidense disfrazado de atrevimiento, con dos diferencias

fundamentales: cuando se estrenó la serie de Sarah Jessica Parker aquello sí era rompedor porque las mujeres no habían hablado así y de esos temas en televisión nunca; eso se pierde en Emily in Paris y se nota mucho más que es un showrunner masculino hablando por boca de un elenco femenino (no, no me creo que en todo París no haya una feminista), dos, ver Nueva York desde el punto de vista de un neoyorkino se sentía orgánico, antes de sentarse a ver la serie de Netflix hay que tener en cuenta que a la serie le han puesto un filtro estadounidense (y blanco) junto al filtro de Instagram.

Ya os digo, que a mí esto no me ha impedido en absoluto disfrutar de este precioso macaron televisivo, pero hay que ser consciente que la serie de Emily Collins requiere un acercamiento totalmente superficial: la ropa, la ciudad, la belleza, como una serie perfecta para realizar un escapismo momentáneo de la realidad.

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