Fue en 1977 cuando ABBA grabó Thank You For The Music para el musical The Girl With The Golden Hair, que se acabaría convirtiendo en uno de sus temas más populares. Con esta canción el talentoso grupo sueco quiso rendir tributo a la música haciendo lo que mejor sabía: componer.
Gracias por la música, por las canciones que estoy cantando. Gracias por toda la alegría que traen. ¿Quién puede vivir sin ella?
Como ellos, han sido muchos los cineastas que han querido plasmar su pasión por el Séptimo Arte a través del objetivo de una cámara. Trabajos que hacen hincapié en la trascendencia de este medio en la cultura popular, en la maravillosa inventiva de los precursores de la cinematografía o en los atributos inherentes a los distintos géneros. En definitiva, una forma sincera de homenajear un lenguaje que nació a finales del siglo XIX para cambiar para siempre la manera de contar historias y, por qué no, de ver el mundo.
A continuación vamos a repasar algunas de las películas que se dejaron inspirar por el propio cine:
La invención de Hugo (Martin Scorsese, 2012)
Que Martin Scorsese aceptase dirigir la adaptación de la novela de Brian Selznick tomó a muchos por sorpresa. Al fin y al cabo, que el responsable de Uno de los nuestros o Infiltrados tomase las riendas de un proyecto a priori dirigido al público infantil era un giro inesperado en su portentosa trayectoria. Claro que el genial realizador no se disponía a firmar una película convencional, sino una emotiva carta de amor a los orígenes del Séptimo Arte. La historia de Hugo Cabret ahondaba en la figura de Georges Meliès, ilusionista y cineasta de origen francés que obró su magia en cintas de culto como Viaje a la Luna, siendo uno de los grandes pioneros de la narrativa cinematográfica. Escenas como la del joven protagonista colándose en un cine con su amiga para ver a Harold Lloyd colgando del reloj en El hombre mosca o la de Meliès recordando la primera vez que fue testigo de cómo los hermanos Lumière mostraban en público su flamante cinematógrafo son algunos de los destellos de un filme que deberían poner en las escuelas.
Super 8 (J.J. Abrams, 2011)
La cinta de J.J. Abrams no trata de ocultar ni por un segundo su intención de rendir tributo al cine de Steven Spielberg, que tal vez podría considerarse un género en sí mismo. Lo del extraterrestre sembrando el caos en el pueblecito de Ohio o la férrea persecución que lleva a cabo la Fuerza Aérea eran lo de menos, lo que en realidad nos cautivó de la cinta fueron esos primeros compases en los que la pandilla de amigos se desvivían por rodar una película de zombies de bajo presupuesto supliendo sus escasos medios con su ingenio y voluntad. El personaje de Charles, precursor de la iniciativa que anhelaba presentar su película en un concurso internacional de cine, hacía que nos preguntásemos cuántos reputados cineastas comenzaron a desentrañar los secretos del celuloide con filmaciones caseras como la que tiene lugar en Super 8. Merece la pena quedarse a ver los créditos finales, que incluyen fragmentos del metraje que además cuenta con algún que otro guiño al maestro George A. Romero.
Sky Captain y el mundo del mañana (Kerry Conran, 2004)
Cuesta creer que una película en la que todo cuanto vemos ha sido recreado digitalmente a excepción de los actores cuente con un estilo visual inspirado en los clásicos de los años 30 y 40. La infravalorada obra de Kerry Conran hace gala de un gusto exquisito para reproducir la estética del cine noir y los conceptos propios del art deco y el expresionismo alemán, patentes en títulos tan icónicos de la ciencia ficción como Metrópolis o Ultimatum a la Tierra. Sky Captain y el mundo del mañana combina el retrofuturismo con el espíritu aventurero de los albores cinematográficos, de ahí que la acción no tarde en saltar de los rascacielos neoyorkinos a una misteriosa isla en la que a nadie le hubiese extrañado la aparición del mismísimo King Kong. Si a esto le añadimos la atrevida incorporación al reparto del fallecido Laurence Olivier gracias imágenes de archivo convenientemente retocadas resulta imposible no disfrutarla con cierta complicidad cinéfila.
Ed Wood (Tim Burton, 1994)
Hace mucho que Tim Burton dejó su particular huella en Hollywood gracias a sus más siniestras fantasías. Sin embargo, cabe recordar que su mejor película dejó de lado sus criaturas de pesadilla y sus virguerías técnicas para centrarse en una figura muy real. Ed Wood, el proclamado peor director de todos los tiempo, protagonizaba este audaz homenaje al género de terror y a la serie B. La película narraba la historia de este desvergonzado cineasta que llegó a firmar largometrajes tan delirantes como La novia del monstruo o Plan 9 del espacio exterior. Burton contó con su actor fetiche Johnny Depp para dar vida a esta figura de culto en la que es una de sus mejores colaboraciones, si bien la guinda del pastel la puso el gran Martin Landau que deslumbró en el papel de Béla Lugosi, un mito en decadencia al que Wood contagió su entusiasmo. Divertida, aguda y sumamente conmovedora.
El último gran héroe (John McTiernan, 1993)
Sólo una estrella de acción del calibre de Arnold Schwarzenegger podría protagonizar esta singular parodia del género que le catapultó a la fama. En ella el futuro gobernador de Califorma se metía en la piel de Jack Slater, el héroe de una popular franquicia policíaca de esas en las que los tiros a bocajarro no son más que un rasguño y en las que nunca falta un sicario escondido en el armario. Un cúmulo de divertidos tópicos del cine de los noventa que se percibían aún más excesivos cuando el director John McTiernan optaba por dar la vuelta a la tortilla y permitir que los personajes traspasaran la pantalla. La segunda mitad de la cinta nos dejaba escenas tan hilarantes como la del villano estremeciéndose al darse cuenta de que el mundo real era aún más escabroso que el ficticio o el encuentro de Slater con el propio Schwarzenegger durante la première de su última película, un evento en el que no faltaban las bromas a costa del star system. Para la más inri, el cierre de la película incluía a la Muerte, tal y como fue concebida por Ingmar Bergman en El último sello, una ocurrencia más de una cinta que no suele aparecer entre las más destacadas del actor pero que muchos de sus fans acostumbran a reivindicar.
The Artist (Michel Hazanavicius, 2011)
Michel Hazanavicius no escatimó en riesgos y estrenó en pleno 2011 una película en blanco y negro que calcaba el formato de las películas mudas. Con ella, el director echaba la vista atrás hacia un periodo traumático para la industria cinematográfica como fue la transición al cine sonoro. Unos años en los que muchas de las grandes estrellas del viejo Hollywood contemplaron impotentes cómo sus carreras quedaban truncadas sin remedio. Esto era lo que le ocurría a George Valentin, cuya arrogancia le impidió ver los inexorables cambios que se aproximaban hasta que ya fue demasiado tarde. La pesadilla en la que el actor experimentaba en su camerino diversos efectos sonoros producidos por distintos objetos fue uno de los momentos más fascinantes de una cinta deliciosa, tan elegante en su puesta en escena como impecablemente interpretada.
La sombra del vampiro (E. Elias Merhige, 2000)
El alemán Friedrich Wilhelm Murnau tuvo el privilegio de dirigir la primera película de vampiros de la historia. Lo hizo en 1922, con una polémica adaptación libre de la novela Drácula de Bram Stoker que acabó convirtiéndose en una obra de culto. Nosferatu: una sinfonía de horror no sólo fue un referente para todas las películas de chupasangres que vendrían después sino una fuente de inspiración para Steven Katz, guionista de La sombra del vampiro. El filme relataba las vicisitudes del rodaje ficticio de este clásico en el que Murnau decidía contratar a un auténtico vampiro para dar vida al Conde Orlok a fin de obtener una interpretación convincente. Sin embargo, las exigencias de un actor formado en el método Stanislavski y con unos apetitos irrefrenables complicaban una filmación tan aterradora como divertida. Una cinta más compleja de lo que en un principio podía parecer, que reflexionaba sobre los sacrificios del artista en pos de dar forma a su obra y que hacía gala de un inusitado detallismo. En ocasiones costaba diferenciar las réplicas del metraje que incluían al nosferatu de Willem Dafoe con las secuencias originales.
Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988)
Giuseppe Tornatore lo tuvo claro. Si quieres declarar tu amor al cine, debes hacerlo desde la cabina de proyección. Era en este pequeño habitáculo en el que se forjaba la amistad entre el Totó y Alfredo, inolvidables protagonistas de una película en la que el afamado director componía un certero retrato de la Italia de la postguerra. Cinema Paradiso abordaba temas como la censura o la incidencia de este medio en la sociedad, representada a través de ese viejo edificio que acababa siendo el centro neurálgico del entretenimiento de todo un pueblecito y en el que se daban cita tanto las personas más humildes como las adineradas. La conclusión del filme, con Salvatore convertido en un influyente realizador afincado en Roma, ponía el broche final a este drama con un carrusel de besos perpetrados por grandes leyendas del celuloide como Marcello Mastroianni, Maria Schell, Cary Grant o Greta Garbo. Una apasionada celebración de una vida por y para el cine.