El cuento de la criada y el final de la temporada 4 que entendió mal la serie

La cuarta temporada de El cuento de la criada aterrizó el pasado 29 de abril en HBO España con un reto a la altura de su popularidad, que no era otro que superar las críticas de sus antecesoras que fueron acusadas de repetir en exceso los mismos esquemas tirando por tierra la credibilidad del relato. Al fin y al cabo, que June Osborne no acabase siendo colgada del muro tras sus muchos desafíos a la autoridad de Gilead ha resultado ser un misterio más propio de Mare of Easttown que de la adaptación de la novela de Margaret Atwood.

El cierre de la tercera tanda de episodios nos dio pistas inequívocas de cómo los responsables de la serie querían dar continuidad al relato, instando a la audaz protagonista a luchar contra la fuerzas del régimen desde la clandestinidad y con la ayuda de las marthas, que operan a través de un movimiento de resistencia llamado Mayday. Y si bien los primeros compases de la temporada se ajustaron a tan ansiada premisa, lo cierto es que la guerra de guerrillas de esta pequeña célula rebelde apenas duró un par de capítulos dejando entrever que los planes habían cambiado y mucho.

Con June a salvo en Canadá y tratando de recuperar una vida que percibe como ajena los creadores de la ficción lograron esa ruptura que los aficionados venían reclamando desde hacía tiempo. Un cambio de escenario desde el que ahondar en un personaje que arrastra las secuelas de los abusos sufridos durante años de cautiverio y que acaba poseído por una rabia incontenible hacia los que le hicieron daño. Una nueva versión de aquella a la que una vez bautizaron como Defred y que haciendo gala de esa resolución que la caracteriza está dispuesta a todo con tal de hacer valer la ley del ojo por ojo.

Otra cosa es que la serie haya conseguido gestionar de manera adecuada la traumática metamorfosis de la heroína carmesí, que en cierto modo no puede evitar trastocar la misma esencia de esta historia de agonía y resiliencia. Por mucho que la producción haya sido criticada a menudo por contar con escenas tan explícitas que han rayado lo que muchos califican de porno de tortura, que la actual temporada se haya esmerado en orientar su implacable sentido de la violencia a dar salida al odio que atesora el personaje de Elisabeth Moss y por ende satisfacer el sadismo de gran parte de una audiencia que comparte su sed de venganza es a todas luces un grave error.

Lo hemos visto en el cara a cara de June y Serena, un feroz ejercicio de intimidación que cambia las tornas de la relación, y sobre todo en la ejecución de Fred Waterford en los últimos instantes del episodio final. La secuencia, que por momentos nos recordó a títulos como La caza, revelaba a un pequeño ejército de mujeres capitaneadas por June que perseguían al comandante por un oscuro bosque hasta rodearlo y finalmente lapidarlo, todo ello con el tema You don’t own me sonando de fondo. Pero más allá de la cada vez menos sutil selección musical, planos como el de la protagonista cerrando los ojos y respirando profundamente como si en verdad pudiese saborear el miedo de su presa no sólo se antojaron excesivos, sino por momentos incluso grotescos.

Y no es que la muerte del personaje de Joseph Fiennes careciese de justicia poética, dado que es ajusticiado de la misma manera que los violadores que eran hechos presos en Gilead. Simplemente no parece apropiado ni visionario que las criadas se dispongan a derribar al enemigo utilizando sus mismas armas. Es más, desarticula el mensaje de una serie que aspiraba a mucho más que a convertirse en una suerte de Django desencadenado. Aunque lo del sobre con el dedo y el anillo le sacase una sonrisa al mismísimo Tarantino.

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