Crítica de Jungle Cruise – Piratas de la selva amazónica

Si La Reina de África navegó con diligencia hasta el Olimpo del cine no fue sólo por la maña de Bogart para arreglar aquel endiablado motor, también por la extraordinaria complicidad del actor con una Katharine Hepburn con la que formó una de las parejas cinematográficas más sólidas de todos los tiempos.

Si bien nunca fue un secreto que los esbirros del ratón Mickey se inspiraron en la cinta de John Huston para montar su aclamada atracción, a la hora de llevar esta travesía por la jungla a la gran pantalla han querido volver a echar la vista atrás y tomar buena nota de aquello que tan bien funcionó en la década de los cincuenta para dar forma a una producción concebida para amenizar la temporada veraniega.

En este sentido, hemos de alabar el buen ojo de la compañía al fichar a Dwayne Johnson y a Emily Blunt como cabezas de cartel, dos estrellas incandescentes y en estado de gracia cuya excelente química es el verdadero tesoro por descubrir durante su periplo por la Amazonia. Su buena sintonía ya sea intercambiando réplicas mordaces o lanzando chistes a cada cual más tontorrón otorgan velocidad de crucero a una cinta de aventuras que no se priva de todos y cada uno de los tópicos del género, desde maldiciones tribales hasta nazis de los que no lucen esvásticas. Todos ellos encajados con solvencia en una fórmula que Disney ha perfeccionado durante años a partir de franquicias tan populares como Piratas del Caribe, con la que el filme guarda no pocas semejanzas.

La historia de Jungle Cruise da comienzo cuando Lily Houghton, una intrépida científica, viaja junto a su hermano hasta la selva amazónica decidida a encontrar un árbol de leyenda con asombrosos poderes curativos. Para ello, deberá confiar en el capitán de una humilde embarcación tan experimentado al timón como asiduo al engaño y a la manipulación.

Los primeros compases de película dirigida por Jaume Collet-Serra son sin duda los más inspirados, presentando a los principales protagonistas y a la vez rindiendo tributo a la atracción con una sucesión de guiños que rebosan divertimento y desparpajo. Una vez superado el ecuador del metraje el filme vadea en aguas más familiares, alargándose en exceso con un último acto sobre raíles repleto de escenas de acción en las que apenas encontraremos elementos que no hayamos visto en anteriores producciones de la factoría, incluyendo a esos conquistadores cuyo repulsivo diseño nos recuerda sospechosamente a los fantasmagóricos bucaneros de la Perla Negra.

Mucho más controvertidos resultan los excesos digitales de Jungle Cruise, que van mucho más allá de los combates con seres sobrenaturales o las trepidantes escenas en los rápidos. El uso del CGI para dar vida a cada pájaro que revolotea o modelar cada fibra vegetal de la exuberante selva amazónica resta cierta calidez artesanal a una superproducción que tiende a representar el paradigma inexorable del Hollywood contemporáneo. Uno en el que el infierno de Fitzcarraldo ya no tiene cabida.

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