Análisis de Nuclear Corps: Veterans in Fukushima – Desastre nuclear

Hay que reconocer que el título de Jokoga Interactive tiene todos los ingredientes para llamar la atención del jugador, empezando por una premisa de lo más hilarante y terminando por un homenaje manifiesto a los arcades de la década de los 90.

Una década después del accidente nuclear en la central de Fukushima, el estudio bilbaíno nos invita a adentrarnos en las entrañas de sus instalaciones al mando de un pequeño escuadrón de ancianos decididos a frenar el escape radiactivo por muchos juanetes que tengan. Allí no sólo tendrán que sortear los peligros que entrañan las ruinas del recinto, también deberán hacer frente a múltiples criaturas mutantes que han proliferado a raíz del desastre.

Para salir airosos de semejante empresa, los tres abueletes deberán colaborar atendiendo a las habilidades propias de cada personaje. El primero de ellos es una suerte de Muten Roshi capaz de desplegar un escudo con el que bloquear las llamaradas o los proyectiles de los enemigos además de noquear a sus adversarios por unos segundos y mover objetos pesados; el segundo porta un rifle con el que acabar con los monstruos desde cierta distancia; y la tercera se caracteriza por poder esprintar y también sortear obstáculos enganchando su garfio en determinados puntos.

Nuclear Corps se compone de una sucesión de niveles de tamaño reducido en los que se nos exigirá utilizar al miembro adecuado de nuestro equipo dependiendo de la situación, ya sea combatiendo, saltando de plataforma en plataforma hasta alcanzar algún mecanismo que nos posibilite el avance o desplazando elementos del entorno hasta dar con la solución al rompecabezas. Cada acción se ejecuta de manera independiente, si bien no podremos superar el recorrido sin haber aprovechado los diferentes recursos que ofrecen estos valientes veteranos.

Según vayamos progresando, las zonas irán presentando mutantes cada vez más peligrosos y en mayor número, así como retos más complejos. Sin embargo, hemos de confesar que llegar a los créditos finales nos ha reportado muchos quebraderos de cabeza y no precisamente por la dificultad del título, que a priori es bastante asequible, sino por una jugabilidad muy deficiente y un sinfín de bugs que nos han forzado a reiniciar varias veces algunas de las fases.

En lo referente al control, el hecho de que los protagonistas se desplacen con extrema pesadez no debería ser algo reprensible, al fin y al cabo estamos a los mandos de unos ancianos que no van sobrados de agilidad. Sí lo es el que respondan con tanta torpeza a los controles de dirección, o que en los escenarios más compactos estén continuamente topando contra todo cuanto les rodea minando la fluidez de la partida.

Un buen ejemplo de cómo los problemas en el manejo de los personajes pueden complicar las mecánicas más básicas lo tenemos en el encuentro con el segundo de los jefes finales que nos saldrán al paso, una especie de samurái fantasmagórico que nos ataca con sus enormes manos. La manera de vencerle es tan simple como caminar en torno a él por una pasarela esquivando sus golpes con un ligero esprint para acto seguido golpearle arrojando el gancho. Pues bien, al resultar casi imposible dirigir nuestro disparo de la manera deseada, el combate acaba siendo extremadamente frustrante y sólo superable a base de paciencia y muchos intentos.

Por si esto fuera poco, no son pocas las veces que alguno de nuestros abuelitos ha quedado bloqueado contra un muro, o al saltar de una plataforma a otra se ha posado fuera de los márgenes de la senda predefinida quedando completamente inservible. Incluso algunas cajas que debíamos empujar hasta un emplazamiento concreto han sido absorbidas por alguna de las partes del escenario forzándonos a reiniciar el nivel.

Los graves problemas de optimización que presenta el juego se unen a algunas decisiones de diseño cuestionables a la hora de configurar los mapas o al plantear los enfrentamientos contra los bosses, en los que sólo podremos hacer uso de un único personaje lo cual nos parece incoherente con la fórmula propuesta. Además, varias de estas refriegas se juegan de seguido en vez de estar mejor repartidas entre los niveles ordinarios.

Tampoco se libra la IA de los enemigos, prácticamente nula independientemente del tipo de monstruo que nos encontremos. La mayoría de ellos pueden ser eliminados desde muy lejos con el rifle sin que se decidan a marchar contra nosotros. Por el contrario, en ocasiones aparecen de la nada a escasa distancia dejándonos vendidos ante sus ataques. O brotan de zonas que ya habíamos despejado acabando con alguno de los ancianos que en ese momento no estábamos controlando y haciendo que perdamos la partida irremediablemente.

Es una verdadera lástima que lo poco que se han cuidado todos estos aspectos den al traste con una experiencia que se antojaba divertida y desenfadada. La estética cartoon del título y los diseños inspirados en la iconografía oriental resultan atrayentes y el sentido del humor implícito en su concepto es más que bienvenido. No obstante, y teniendo muy presente que se trata de una obra independiente con sus lógicas limitaciones, adolece de problemas demasiado importantes como para dejarlos pasar. Con proyectos cada vez más interesantes germinando bajo el paraguas de PlayStation Talents es inevitable que la exigencia también sea mayor.

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