A Élite le pedimos poco. Pedimos que entretenga y tenga algo de trama. Que sea estéticamente bonita. Que sus personajes sean atractivos (entiéndase como se quiera) y que sean suficientemente carismáticos. Vamos, que nos interese algo lo que pasa con ellos. Es lo mínimo que se puede exigir a un producto de ficción. Y de verdad, con eso sería suficiente, porque al ver esta serie de Netflix tampoco quiero pensar demasiado, quiero distraerme con los brillos, con los dramas, con las luces de neón. Relajar el cerebro, vamos.
Lo que no quiero es aburrirme. Y eso es justo lo que han conseguido durante dos temporadas seguidas. El tedio absoluto de una ficción que se ha convertido en una excusa para emitir soft-porn para adolescentes. De paso intentamos crear simpatía por un violador, porque es guapo y con dinero. Cómo se le ocurre a la gente echarle en cara que abusó de no una, sino de dos mujeres.
Ya hemos despedido a Rebeka y a Omar, los dos últimos personajes con un mínimo de carisma. Han dicho adiós mala manera, debo añadir. Dejándonos con un montón de supuestos adolescentes más interesados en ducharse aunque no tengan necesidad que en realmente hacer cosas. Entiendo que a las personas en una edad apropiada para ver la serie hormonados perdidos, esto puede suponer el entretenimiento que yo estoy echando en falta. Pero para cualquiera fuera de esa franja de edad, lo que ha hecho la serie es dejarnos sin nada de interés que nos entretenga.
Queda claro, que yo no soy el público objetivo que tienen en mente. De ahí la mala crítica. Lo cual no significa que – sacrificando determinado tipo de entretenimiento- en Netflix no sepan perfectamente a quién están apuntando con estos cambios y quién es su target. Pero esa franja de espectadores debería poder aspirar a que los entretuviesen con algo más que escenas de ducha sin nada más.