Las razones por las que han cancelado la serie de Resident Evil

Apenas mes y medio después de su estreno Netflix ha decidido cancelar Resident Evil, que pondrá fin a su andadura con tan sólo una temporada a sus espaldas. La serie, que adaptaba libremente la popular saga de videojuegos, no ha pasado el corte de la plataforma de streaming quedando irremediablemente inconclusa.

A pesar de que la ficción creada por Andrew Dabb tuvo un debut más que notable situándose entre lo más visto del servicio sólo por detrás de Stranger Things, no tardó en perder fuelle quedando muy lejos de las expectativas depositadas en una licencia de tal magnitud. No es un secreto que Resident Evil nunca llegó a contar con el apoyo de la crítica ni del público, recibiendo feroces ataques en las redes sociales incluso entre los más apasionados de la franquicia de Capcom.

Ante semejante campaña de desprestigio y considerando los elevados costes de la producción a nadie le ha sorprendido que Netflix, a la que cada vez le tiembla menos el pulso a la hora de dar carpetazo a sus adiciones al catálogo, haya optado por enterrar el frustrado live-action.

Son varios los motivos que suscitaron el rechazo a la serie y que a continuación trataremos de desgranar.

Un universo que se sentía ajeno

Resulta comprensible que a la hora de sumergirse en una licencia tan manida como Resident Evil, la cual ha contado con múltiples películas, series de animación y videojuegos, los productores apostasen por una aproximación muy poco convencional con el objetivo de aportar cierta frescura a la producción y así llamar la atención del espectador.

Por desgracia, el factor sorpresa acabó jugando en contra de una ficción que incluso aquellos familiarizados con la obra de Shinji Mikami encontraron demasiado extraña. Más allá de la total ausencia de lúgubres mansiones o comisarías infestadas de monstruos, los entornos en los que se desenvolvía la acción no se correspondían con lo visto en cualquier otro producto de la franquicia. Ni el mundo post apocalíptico en el que Jade se jugaba el pellejo ni la pacífica ciudad a la que se muda con su padre y su hermana siendo adolescente remitían a los títulos en los que se inspiraba.

Una vez los zombis entraban en juego, su apariencia y comportamiento tampoco se asemejaban a lo visto en la saga, que siempre ha rendido tributo a George A. Romero y su cinta de culto La noche de los muertos vivientes. La primera confrontación entre la protagonista y estas criaturas evidenciaba que las reglas que imperaban en el universo de la serie eran muy distintas a las que conocíamos, generando cierta desorientación.

En definitiva, nunca dejamos de tener la sensación de que Resident Evil tuvo su origen en un libreto que aspiraba a crear su propio camino en el género y que finalmente se sirvió de un nombre de sobra conocido con el que ver la luz y obtener repercusión.

Piezas de un puzle deslavazado

Para ser justos, Resident Evil contaba con un montón de guiños y referencias a la saga que pretendía adaptar, de ahí que no hubiese ni un solo episodio en el que la serie no tratase de cruzar miradas cómplices con el espectador más avezado. Escenas como aquella en la que las hermanas activaban un mecanismo oculto al presionar las teclas de un piano o en la que las adolescentes hacían frente a un monstruoso dóberman sanguinolento evocaban algunos de los instantes más memorables de las primeras entregas de uno de los survival horror por excelencia.

Según avanzaba la temporada vimos gigantescos engendros fruto de la mutación del virus, enmascarados portando una motosierra e incluso los famosos lickers, esos enemigos de lengua viscosa y letales garras que emboscaban al convoy en el túnel.

Todos estos elementos, sumamente reconocibles incluso para los neófitos, rendían tributo a la franquicia a la par que trataban de crear conexiones con un lore que se percibía inexpugnable. En todo caso cabría preguntarse si la importación de tal cantidad de componentes se realizó de manera adecuada, si enriquecieron la atmósfera de la serie o si impulsaron las tramas en la dirección correcta. Al fin y al cabo, introducir en una etapa tan temprana de la ficción algunos de los aspectos más inverosímiles de los videojuegos como el control mental que ejercía Umbrella sobre sus sujetos de pruebas acabaron embarrullando un argumento que abría demasiados frentes con asombrosa celeridad.

Una cuestión de tiempo

Resident Evil se sirvió de la fórmula que tan buen resultado les dio a series como Perdidos o The Witcher, en las que se desarrollaban varias líneas temporales simultáneamente. En el caso de la producción de Netflix, los capítulos saltaban constantemente del presente, en el que Jane investigaba los efectos de la infección en un mundo en ruinas y lleno de peligros, y el pasado, cuando ella y su hermana se mudaron con su padre a New Raccoon City desencadenando el apocalipsis.

Nada que objetar, salvo que no existía sinergia alguna entre los acontecimientos narrados en paralelo. El metraje dedicado a cada una de estas líneas se antojaba muy descompensado, otorgando mayor peso a una o a otra dependiendo del episodio. Además, ninguno de los giros que proponía la serie surgía de la convergencia de los sucesos de sendos marcos temporales, lo que evidenciaba una mala gestión de la narrativa y un montaje deficiente.

Tierra trágame

Por mucho que Resident Evil contase con algunas secuencias de acción notables como la fuga del complejo subterráneo o el ataque del cocodrilo gigante, ninguna de ellas perdurará en nuestra memoria como sí lo harán determinadas escenas que sólo podemos tildar de avergonzantes.

Hemos de destacar dos. En primer lugar, la presentación de los clones de Albert Wesker, pues lo que debía ser un descubrimiento de lo más asombroso se convirtió en un cara a cara un tanto embarazoso entre el científico y su sonriente alter ego a través de las paredes del bloque de celdas de las instalaciones de Umbrella. Un capítulo después, la ficción nos regalaba un flashback en el que nos contaban lo ocurrido con aquel peculiar grupo de clones y que nos dejaba una imagen sumamente perturbadora. El actor Lance Reddick daba vida al Wesker original con una caracterización extrema, luciendo peluca, gafas de sol y una gabardina de cuero en un vano intento por emular la apariencia del personaje en los videojuegos.

Pese a rozar el ridículo más espantoso, la serie no tardó en superarse con otra escena inconcebible, la de la villana encarnada por Paola Núñez bailando con vehemencia al son de Dua Lipa y dejando perpleja a Jane. No tardaríamos en descubrir que la coreografía no era más que una pantomima orquestada por Billie, la nueva dueña y señora de la corporación y de su tecnología de control mental. Desde luego, nadie podía haber previsto algo así.

La ausencia de una gran estrella

Por mucho que Reddick, un ilustre secundario de cintas como John Wick y también de series tan prestigiosas como The Wire, Perdidos o Fringe, atesore un innegable carisma hemos de rendirnos a la cruda realidad, y es que Resident Evil no hizo gala de un reparto lo suficientemente interesante como para sacar adelante la ficción a base de oficio.

Por mucho que queramos ver al actor estadounidense en nuevos proyectos, su sola presencia no sirvió para poner remedio a una serie que siendo honestos no hubiese cuajado ni aunque se hubiese desprendido de la pesada losa que supuso su título. Una lástima, pues de haber hecho las cosas de otro modo tal vez incluso la mismísima Evelyn Marcus hubiese resultado ser una antagonista de lo más perturbadora.

Es mucho más de lo que podemos decir de los rostros juveniles, tan anodinos como sus propios personajes. A falta de un reclamo actoral de más quilates, nos tuvimos que conformar con un plantel amateur que en ningún momento se revela cautivador. Con tantas vías de agua, hacía falta mucho más para mantener el barco a flote.

Deja un comentario