Dejando a un lado la calidad que atesora el título de PlayStation 5 es lógico que la mera existencia de un remake para la actual generación de la alabada obra de Naughty Dog genere cierta controversia. Hablamos de un juego colosal y que allá por 2013 sorprendió a propios y extraños rebasando los límites tecnológicos de la tercera iteración de la consola de sobremesa de Sony a la vez que nos planteaba una aventura de terror y acción redonda, tanto en términos de diseño como en narrativa.
The Last of Us ha sabido mantenerse vigente en los últimos años gracias a una remasterización que todavía hoy se ve y se juega de manera sensacional, de ahí que la versión que hoy nos ocupa se antoje innecesaria para muchos. En todo caso, sería un error pensar que nos encontramos ante un ligero lavado de cara motivado por un cambio de hardware. El estudio californiano ha querido traer de vuelta la historia de Ellie y Joel renovando en profundidad el apartado visual asemejándolo a lo visto hace un par de años en una secuela que volvió a dejarnos con la boca abierta.
De hecho, el desarrollo de la segunda parte de la franquicia ha sido el estímulo perfecto para que sus responsables decidiesen hacer valer su experiencia y homogeneizar dos títulos que a día de hoy sólo difieren en la inevitable evolución de sus mecánicas. La dirección de arte ha sido retocada para lograr una ambientación más oscura y visceral, e incluso algunos modelos de personajes han sido actualizados para que coincidan en sendos juegos.
Las mejoras gráficas son palpables, basta con contemplar cualquiera de sus cinemáticas para darnos cuenta del detalle de las texturas y la expresividad de los rostros, lo cual refuerza y mucho la carga emocional de sus diferentes escenas. Nunca antes habíamos percibido la desesperación del protagonista con tanta viveza, ni la frustración de su joven protegida en los momentos más tensos del relato.
Pero los avances van mucho más allá, pues los entornos también han sido cuidados con esmero. Todos los elementos han sido renovados y han aumentado en número, por lo que corretear por las destartaladas calles de Pittsburg nunca había sido tan inmersivo. Lo mismo ocurre con los escenarios naturales, embellecidos con una vegetación más densa y realista que invita a recorrerlos por mucho que carezcan de la amplitud de los que vimos en The Last of Us Parte II. Aun así, las áreas que exploramos al aire libre son mucho más cautivadoras que las interiores, más diáfanas a fin de no entorpecer la jugabilidad.
La iluminación también ha sido revisada, y deja un gran sabor de boca en especial en las secciones nocturnas donde alcanza un alto nivel de fotorrealismo. A esto hay que sumarle los efectos mejorados, que quedan patentes en las explosiones, en las estancias invadidas por las esporas o en los impactos de bala sobre los infectados.
A estas alturas ya os habréis hecho una idea de que The Last of Us Parte I es por méritos propios uno de los juegos más espectaculares de cuantos se integran en el catálogo de PlayStation 5. Sin embargo, la pregunta que muchos os estáis haciendo es: ¿merece la pena más allá del salto gráfico? Pues bien, que quede claro que a nadie le amarga un dulce. El resultado de esta puesta al día es prácticamente impecable y desde luego es la mejor forma de disfrutar de este título irrepetible. Pero no podemos negar que por lo demás se trata de la misma aventura que muchos ya habréis paladeado en repetidas ocasiones, por lo que sumergirse una vez más en este clásico contemporáneo es una decisión muy personal.
Naughty Dog ha querido mostrarse conservador con una obra que ha envejecido muy bien, de modo que ha preferido respetar la experiencia original en vez de aprovechar a introducir las nuevas posibilidades que brindó la segunda parte y que habría obligado a rehacer muchas de las secciones. No hay nuevos niveles, ni enemigos inéditos. Tampoco podremos servirnos de movimientos como la esquiva que tanto uso dimos durante los combates cuerpo a cuerpo en The Last of Us Parte II. Ni siquiera la inteligencia artificial da signos de haber sido perfeccionada, por lo que el comportamiento de enemigos y aliados carece de mejoras sustanciales. Y sí, esto también afecta a la fea manía de Ellie de pasar a hurtadillas frente a los guardias sin ser detectada.
Por supuesto hemos advertido un puñado de novedades que sería injusto obviar. En primer lugar, se han recuperado aspectos de la secuela que potencian la accesibilidad del título, como el interfaz y algunos atajos. También se ha pulido el gunplay, se ha habilitado la mesa para modificar las armas que vimos en el título de PlayStation 4 y un modo foto más complejo que el de la remasterización. Por otro lado, se han aprovechado las funcionalidades de la flamante consola next gen para sacar un excelente partido al audio 3D y por supuesto la tecnología háptica del DualSense, que se manifiesta en los momentos en los que montamos a caballo, nos vendamos las heridas, caminamos bajo la lluvia o disparamos nuestro arco. No cabe duda de que el trabajo realizado es muy superior al de por ejemplo Uncharted: Colección Legado de los Ladrones, que ya en su día no nos pareció demasiado ambicioso.
Por último, hacer mención a una completa galería de modelos tridimensionales de los personajes del juego, atuendos, artes y documentales que podremos ir desbloqueando, así como nuevos modos de juego: Muerte permanente, para los que no se arrugan ante los retos más exigentes, y Carrera de velocidad, que como su propio nombre indica nos instará a superar los niveles en el menor tiempo posible.
En conclusión, tanto The Last of Us Parte I como su estupenda expansión Left Behind vuelven con un apartado audiovisual envidiable y con todos sus valores intactos. Sus responsables no han querido correr riesgos, lo que a nivel jugable lo deja un peldaño por detrás de su continuación. En todo caso, su fórmula sigue siendo de lo más satisfactoria, de ahí que el título aguante estoicamente la comparativa con cualquiera de sus coetáneos.