Las historias que escuchamos, que leemos y que vemos nos moldean. De forma distinta a los consejos de un familiar en la mesa de la cocina o los cacareados “elementos transversales” del sistema educativo que esforzados profesores se empeñan en inculcar en estudiantes dispersos en otros menesteres. La ficción nos ayuda a expandir nuestra idea de lo que es posible, y además lo hace cuando tenemos la guardia baja: entreteniéndonos.
“A mí no me gustan las series como Heartstopper o Sense8 porque no puedo creérmelas, no son mi experiencia” me decía muy serio un amigo, millenial y del colectivo LGTBQ+, hace unos días. Y es verdad. No es nuestra experiencia. Ni se nos ocurría que el mayor drama de un adolescente bisexual podría ser un chupetón (en lugar de que el bullying irredento), tampoco nos imaginábamos que una mujer trans podía ser un hacker informático porque nuestro único referente al respecto era la Veneno (y todas sus tragedias). Ni se nos pasaba por la cabeza que el mundo tenía permitido ser a la vez un lugar maravilloso merecedor de todo optimismo y la fuente de todos tus problemas. Y que podías pedir ayuda aunque la herida no estuviera en el cuerpo y estuviese en el alma.
Los terrenos de la ficción se están haciendo mucho más amplios con los Con Amor, Victor, y las A league of our own. También con la ternura de Heartsopper, la amabilidad de Ted Lasso y el refrescante optimismo de Luffy en One Piece. Y lo que es más importante – y algo que intentó dejar muy claro Michael Ende-: cuanto más amplia es Fantasía, más grandes somos nosotros.
La normalización de los clichés del género romántico en colectivos donde hasta ahora era casi impensable en Blanco, rojo y sangre azul o en XO Kitty, la normalización de la terapia en Días mejores; la celebración de todos los tipos de feminidad en Anne with an E. Estos últimos años el mundo se ha ido haciendo más oscuro y en lugar de volver a refugiarnos en la ira de los Sons of Anarchy o los Walter White; en lugar de solo reírnos del estrés para poder manejarlo como en The Bear; estas décadas hemos decidido volver la mirada también a la amabilidad, al sentido de comunidad, a las historias que nos dicen que podemos ser mejores y, más importante aún, que podemos ser felices.
Y deberíamos parar un momento a apreciar la importancia de permitirnos abrir esa puerta. Porque mi amigo no podrá identificarse con Charlie y Nick, pero habrá alguien sentado delante de una tablet, con 15 años que igual no esté en la mejor situación de mundo, pero que lo mismo recibe el mensaje: de que lo que está viviendo no es lo único que hay, que hay cosas mejores y más grandes que en la que está inmerso ahora mismo. Que puede que no sea mucho, pero a la vez lo es todo.