Si había alguien en televisión preparado para trasladar del papel a la pantalla el libro American Gods de Neil Gaiman ese era Bryan Fuller. El showrunner de series como Hannibal ha sabido plasmar perfectamente ese ambiente onírico que se las apaña para ser liberador y opresor a la vez, hermoso y sanguinario. Por eso era el hombre perfecto para la tarea pese a que el escritor tuviera que amenazar con tirarse delante de un autobús por un quítate allá esa felación de la escena que sé que es esto Starz pero no viene a cuento.
Hannibal era una serie agresivamente extraña: sangrienta, perversa y más interesada en jugar con la atmósfera y la imaginería de la serie – ese wendigo- que en la narrativa tradicional. La influencia de los tres David – Lynch, Fincher, and Cronenberg- nunca estuvo oculta y había veces que durante la tercera temporada se acercaba al abstracto tanto como era posible sin perder de vista el argumento. Pues bien, a nivel de estética, de narrativa y de apuesta visual, American Gods hace que Hannibal parezca La Tribu de los Brady.
Y mientras que con Fuller tenía claro que habían hecho la elección correcta – y más si tenía que trabajar codo con codo con alguien que sabe decirle que no de vez en cuando como Gaiman- no estaba tan segura con la elección de Shadow Moon. Moon es un personaje con el que en el libro al principio cuesta empatizar, pero que a la vez es imprescindible como pieza angular para que todo funcione y, por mucho que me encanten Los 100 y que me gustara el personaje de Lincoln, no sabía si Ricky Whittle iba a estar a la altura. Y debo decir que me he llevado una muy grata sorpresa. Whittle ha sabido dotar de personalidad a Moon a la vez que servía de perfecto contrapunto a la voluptuosidad interpretativa de Ian Mcshane.
Dicen que los grandes actores no son sólo los que consiguen hacerse a la perfección con un personaje sino que son los que además logran que los intérpretes que les rodean trabajen mejor porque son generosos con su talento. Yo siempre he pensado que también hace falta que los de al lado estén dispuestos a engancharse a esa locomotora: Whittle se aferra con decisión a todo aquello que le regala Shane y por eso, las escenas que comparten juntos son lo mejor que ha hecho este actor hasta la fecha.
American Gods lanza al espectador directamente a lo profundo de la piscina. Y eso está bien, porque lo que la serie nos está contando, en el fondo es la historia de una guerra. Entre dioses nuevos y viejos. Por un lado, los dioses vikingos, las leyendas susurradas al calor de la hoguera, las diosas de la fertilidad y un mundo que huele a incienso y sabe a sacrificios y rituales; por el otro las divinidades del aquí el ahora, las que están compuestas por ceros y unos, por rayos catódicos o por líneas adsl. Al final, como siempre en el vientre de las guerras siempre se esconde la economía, la oferta y la demanda: Hay escasez de fe y muchas deidades para repartirla y ¿qué es un Dios para un no creyente? Nada, cuentos de vieja y poco más.
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