Crítica: Alien Covenant, el terror regresa a la zona de confort

Si algo ha tenido la industria cinematográfica a lo largo de la historia ha sido una excelente memoria. Como en todo buen negocio, los grandes sellos no acostumbran a renunciar a aquellas franquicias que llevan años recaudando millones, que comenzaron su andadura con filmes considerados de culto y que lograron hacerse un hueco en el imaginario colectivo de varias generaciones que aguardan con especial voracidad el lanzamiento de nuevas entregas de sus producciones favoritas.

A veces se opta por la reinvención de las mismas, otras por la expansión de su universo en base a nuevos arcos argumentales que pueden ser planteados desde el mero continuismo o con la ambición propia de aquellos creadores que no se amedrentan a la hora de asumir riesgos, que están dispuestos a acercarse a conceptos ya solidificados pero a través de nuevas perspectivas que les posibiliten aportar algo nuevo y refrescante.

Cuando Ridley Scott decidió reunirse con su criatura décadas después de haberla dejado en manos de otros muchos realizadores que recondujeron la saga con más o menos brillantez, el director de Blade Runner parecía tener claro que el renacer de su obra debía plantearse a modo de precuela y así dar respuesta a aquellas incógnitas que allá por 1979 con Alien: el octavo pasajero no creyó necesario resolver. Lo fuera o no, lo cierto es que el origen de los famosos xenomorfos constituía el pretexto perfecto para embarcarnos en un viaje fascinante en el que no sólo se pretendía dar respuesta a los orígenes de los alienígenas, sino también al de la raza humana.

Prometheus fue un imperfecto punto de partida a un relato concebido de manera valiente e incluso algo temeraria, que intentó zafarse de aquella sombra informe que antaño atormentase a Ellen Ripley y que al final ha acabado por darle caza sólo para recordarnos una triste lección: que era al monstruo al que la audiencia había ido a ver.

Es por eso que su secuela –y también precuela del clásico- no se ha mantenido tal fiel a la esencia de la cinta de 2012 como cabría esperar. Tampoco se parece al primer Alien, por mucho que la hayan querido vender así. Se trata de un híbrido, una película que vuelve a aferrarse a las raíces de la saga con un tono definitivamente más terrorífico pero sin desprenderse de esa envoltura de blockbuster sci-fi donde el sentido del espectáculo se convierte en el motor de la acción.

Scott vuelve a demostrar que es toda una garantía a la hora de ponerse a las riendas de una superproducción de estas características tal y como evidencia su gran trabajo tras las cámaras y su obsesión por recrear atmósferas de las que te dejan sin aliento. Su efectividad para dotar a la cinta de la tensión propia de un survival espacial es digna de mención, desembocando en un tercer acto que no da descanso al espectador en parte gracias a la irrupción de viejos conocidos que braman por el aplauso de su público.

Alien Covenant es una propuesta confeccionada a la medida del fan, entretenida de principio a fin y en cierto modo más satisfactoria que Prometheus ya que se percibe como más honesta, más pura. Claro que reorientar el rumbo de la saga también implica un coste y no precisamente pequeño. Homenajear constantemente los referentes de este universo fílmico, desde la tipografía de los títulos iniciales al perfil de la heroína de turno, deja poco margen para el asombro ya que todo aquello que vemos en pantalla y la resolución de muchas de las situaciones de las que seremos testigos tienen un sabor familiar. A veces, demasiado familiar lo que confiere al conjunto cierto carácter de pastiche.

Por otro lado, aquellos que en su día quedaron atraídos por varias de las tramas abiertas en el anterior filme, muchas de las cuales giraban en torno a la misteriosa civilización de los Ingenieros y sus inciertos propósitos, corren el riesgo de sufrir un coitus interruptus un tanto imperdonable, pues la película pasa de puntillas por algunos aspectos que se antojaban fundamentales pero que se han decidido obviar a favor del espectador más casual. Algo un tanto insólito ya que es precisamente la aparición del sintético David, único personaje que se recupera de anteriores andaduras, el verdadero nexo argumental que da sentido a estas nuevas entregas.

Su figura, a la que da vida un impecable Michael Fassbender que llega incluso a desdoblarse en dos papeles muy diferentes pese a tener idénticos rasgos, no es sólo el núcleo vital de la historia, sino también lo que induce a la verdadera reflexión, lo único que se atreve a golpear los muros levantados en torno a la mitología de la franquicia y también lo que perpetúa muchas de las ideas presentes durante la concepción del proyecto. Su contribución a la película se antoja tan trascendental que provoca que el resto del reparto acabe palideciendo, si bien es cierto que ninguno de los miembros restantes de la tripulación ha sido escrito con demasiado esmero. Las relaciones entre ellos, vacías y carentes de todo interés, se han visto penalizadas por múltiples cortes en la sala de montaje imposibles de ocultar y que a buen seguro se ejecutaron con el fin de dar una mayor fluidez a los primeros minutos de metraje.

Salir de ver Covenant con sentimientos enfrentados es algo de lo más normal. Sobre el papel, la cinta tiene todo lo que se podría esperar de una entrega de Alien, de hecho hace méritos propios para ser una de las apuestas más notables de la temporada y del género en cuestión. Por desgracia, el filme carece de la trascendencia que esperábamos, fruto de una censura autoimpuesta en pos de alcanzar unos objetivos comerciales que nos han dejado con las ganas de explorar galaxias mucho más lejanas y excitantes. Tal vez a la tercera vaya la vencida.

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