Stranger Things 3 se estrenó el cuatro de julio. Con todo el paquete: las barras, las estrellas, fuegos artificiales, luchar contra el comunismo y salvar el mundo. No necesariamente en ese orden. Temporada tras temporadas la pandilla se ha ido haciendo más grande, igual que los efectos especiales y las referencias. ¿Nos aportan algo nuevo? No ¿Es una fórmula que funciona como un reloj? Pues también.
Sin las referencias, las bicicletas, los walkie-talkies y las carreras por Hawkins (ya sea al aire libre o en un centro comercial del que Robin Sparkles estaría orgullosa) Stranger Things no sería Stranger Things. Puede que la fórmula canse a algunos – solo hay determinadas dosis de nostalgia que uno puede aguantar y no siempre cualquier tiempo pasado fue mejor- , pero lo cierto es que si los hermanos Duffer nos hubieran ofrecido otra cosa los morros se hubieran torcido, los ceños se hubieran fruncido y el caos tuitero se hubiera desatado.
Esto significa que la serie ha cambiado lo justo para que todo siga igual. Nuestros protagonistas ya no son inocentes y adorables niños, las sombras de la pubertad golpean igual de fuerte que el monstruo de la temporada. Once y Mike parecen pegados con pegamento por la boca, para estrés de su padre -muy sheriff, muy de los ochenta y por tanto no muy conectado con la tercera ola feminista- que debido a tantas muestras de afecto adolescentes parece al borde de un ataque de nervios almodovariano. Max y Lucas son esa pareja de amigos que nunca sabes si están juntos o no, porque no paran de romper. Hasta Dustin vuelve con novia del campamento de verano, aunque ésta muy convenientemente viva en Utah. Y Will, después de dos temporadas siendo secuestrado por demogorgons y poseído por Azotamentes, solo quiere jugar una partida de D&D con sus amigos (#TodossomosWill).
Se beneficia además del cambio de escenario, porque sí, estás viendo lo mismo pero no se nota tanto y lo que te están dando es droga de la fuerte, el jingle jangle de Riverdale pero en nostálgico. Así que tan contentos todos, oye. Verano, nada de colores otoñales, y en un brillante y novísimo centro comercial que ha sido terrible para la economía del pueblo pero maravilloso para el entretenimiento de los ciudadanos del pueblo. Este cambio, visualmente, ha permitido que irrumpa toda una nueva paleta de colores, pero lo mejor de todo es que facilita – al igual que la piscina comunitaria- que se mezclen personajes de un rango de edades más amplio. Me diréis, ¿y qué tiene esto de bueno? Pues Robin, la nueva compañera de trabajo de Steve. Nos regala en un dos por uno que haría temblar de envidia a The Gap una de las tramas más divertidas y tiernas de la temporada junto con Dustin, Steve y Erika. Oro puro.
Stranger Things ha vuelto más grande, más espectacular y más nostálgica que nunca. Es pura aventura sin complicaciones. Eso sí, igual que Joyce cuando ve caer los imanes de la nevera, ya sabes lo que te vas a encontrar.