El coronel no tiene quien le escriba, es una historia de soledad, de miseria y de esperanzas rotas. De dar tu vida en pos de un ideal cuando este nunca va a llegar. Ya se encargan de eso la realidad y la burocracia. El viejo coronel (Imanol Arias) y su mujer (Cristina de Inza) esperan en la miseria una carta que confirme la concesión de la pensión prometida por sus servicios durante la guerra. Por supuesto, esta carta nunca termina de llegar y cada “no” proferido por la cartera ante el esperanzado “¿Hay algo para el coronel?” va dinamitando tu espíritu tanto como el del coronel. Un coronel que se ve obligado a depositar sus esperanzas de sobrevivir en un gallo de pelea. Pero eso al final tampoco es suficiente y el dilema final es claro: alimentar al gallo o alimentarse ellos, rendir las esperanzas o seguir esperando.
El coronel, rebelde, esperanzado, quijotesco, es todo un regalo para Imanol Arias que consigue llenar las botas de uno de los personajes más melancólicos y deliciosos que creó jamás la pluma de Gabriel García Márquez. El mismo bromeaba diciendo que El coronel no tiene quien le escriba era su mejor trabajo, pero que tuvo que escribir 100 años de soledad para que el público se interesara por la historia del triste coronel que había servido a las órdenes de Aureliano Buendía. Pero, con permiso de Arias, la que brilla con luz propia es Cristina de Inza, en la piel de su mujer: fuerte y realista como la tierra misma, digna como solo lo puede ser alguien que con los pies firmemente plantados en el suelo a la vez es capaz de apreciar el valor del idealismo y la esperanza del coronel.”Nunca es demasiado tarde para nada”, dice en un momento el Coronel. “Ya hemos cumplido con esperar. Se necesita tener esa paciencia de buey que tú tienes para esperar una carta durante quince años”, le dice su esposa. Y aún así, esperan, se quieren y se respetan. Juntos, aguantando los envites del mundo.
Por eso me resultó tan interesante la apuesta a nivel escenográfico de mantener todo el rato a la vista la casa de los dos protagonistas. Por eso luchan, esperan y desesperan. Por eso el coronel se levanta todos los días, camina hasta correos y recibe de la cartera ese “no” nefasto, devastador.
En El coronel no tiene quien le escriba, hay un germen de desmesura, en lo que al tiempo se refiere (esa larga espera del protagonista por su pensión siempre demorada); en la dimensión de la soledad; en las reiteraciones de ciertos elementos, las guerras como telón de fondo, el simbolismo de algunos objetos o animales como el gallo, que es la herencia del hijo muerto) y esa melodía tan propia de Gabriel García Márquez (La prosa de Márquez está maravillosamente adaptada por Natalio Grueso). El Coronel es un canto a la dignidad, que no ha perdido un ápice de fuerza. Es más, quizá ahora más que nunca es necesario que la honestidad, tenacidad y la nobleza de este personaje se alcen bien altos en los escenarios. Porque puede que el coronel no tenga quien le escriba, pero sí tiene quien le escuche. Carajo.
El coronel no tiene quien le escriba está en el teatro Infanta Isabel hasta el 30 de junio de 2019