Servant: Temporada 3 – Canción de cuna

Tras dos temporadas escudriñando cada recoveco de la umbría residencia de los Turner, la serie producida y dirigida por M. Night Shyamalan se ha decantado por insuflar algo de oxígeno a su opresiva puesta en escena en una tercera tanda de episodios en la que se advierte cierta laxitud formal y estética respecto a sus antecesoras.

Convertida en una de las producciones originales más consolidadas del catálogo de Apple TV+, Servant se desmarca de la rigidez de su propia propuesta y se permite traspasar los límites impuestos por la propia ficción. Lo hace con dilación, contagiando al espectador de la misma cautela con la que Leanne camina junto a Sean y al pequeño Jericho por el parque que se extiende al otro lado de la calle. Ni ella ni nosotros estamos acostumbrados a que la luz del sol aporte pinceladas coloristas a un tapiz otrora tan lúgubre, tan estéril.

La carcoma que corroe los cimientos de la mansión ha acabado por echar abajo sus paredes, propiciando la introducción de nuevos personajes y escenarios. Nadie se ha beneficiado tanto de esta singular metamorfosis como la niñera interpretada por Nell Tiger Free, a la que por fin hemos visto librarse de sus temores y desatar su lado más perverso para alcanzar sus fines. Nunca antes la joven había sido tan imprevisible ni tan aterradora, de ahí que la recta final de la temporada haya estado salpicada de momentos ciertamente impactantes.

La conclusión del conflicto con Dorothy (excepcional Lauren Ambrose), que amenaza con dar un vuelco a la serie, se ha cocinado a fuego lento a lo largo de diez episodios que adolecen de un ritmo muy irregular. A pesar del interés que puedan suscitar algunos de los misterios en torno a Leanne y el culto del que procede, es innegable que los guionistas se empeñan en adormecer la narración a fin de posponer la resolución de sus principales incógnitas. Una tendencia que comienza a resultar frustrante teniendo en cuenta el recorrido que atesora una serie que apenas ha aportado respuestas desde que debutó en la plataforma.

Sus responsables lo compensan ofreciendo situaciones desconcertantes, a menudo condimentadas con una pizca de humor negro muy bien acogido. Sin embargo, los sucesos paranormales que se suceden en cada una de las habitaciones de la casa cada vez tienen menos incidencia en el relato. Lo mismo ocurre con la dirección, un aspecto en el que Servant no ha dejado de brillar, pero que ha perdido la frescura de sus inicios cuando incluso las acciones más ordinarias como trinchar la carne, limpiar un pescado o sorber el vino eran experiencias sensoriales de lo más perturbadoras.

En todo caso, los aficionados al terror psicológico tienen buenos motivos para aguardar la cuarta temporada, que si hacemos caso de las declaraciones de su showrunner será la última. Por mucho que los cambios introducidos hayan minado su claustrofóbica personalidad, la ficción conserva intactos los suficientes atributos como para disuadir a aquellos que se planteen abandonar la mesa antes de los postres.

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