Anastasia, el musical en Gran Vía que te hará soñar

Hace poco, durante una cena, me vi envuelta en la discusión de “¿Es el arte solo válido cuando es social?”. En aquel momento callé y escuché como se hacía de menos todo aquellos espectáculos, películas y series cuyo objetivo principal es hacerte sentir bien, provocar que pienses que tu estómago está repleto de sopa caliente, los cojines son mullidos y que las cosas maravillosas pueden suceder en un mundo lleno de dolor, suciedad y problemas. Aquellas que hablan de emociones y esperanza. Pero oye, no, porque esta cena coincidió con que el día anterior como buena adicta a los musicales yo había ido a ver el nuevo gran estreno de la Gran Vía madrileña, Anastasia, en el Teatro Coliseum.

Mientras gente, probablemente con mucha más experiencia que yo (no será una servidora quien rebata eso) afirmaba sin duda ninguna “el arte solo es arte si se moja y sirve a la mejora de la sociedad” yo pensaba en la fastuosa escenografía del musical de Stage Entertainment. Una vuelta a un elemento del escenario y  estabas en el palacio de los zares en medio de un baile de ensueño, otro giro y estabas en la ópera y otro giro más y estabas en lo más profundo de las oficinas de la Cheká. Proyecciones en LED para completar la magia y puff estabas dentro del cuento sin saber a dónde mirar primero. Y me preguntaba ¿pero cómo no va a ser eso arte, estamos locos?

Recordaba la voz de Jana Gómez (Anastasia), clara, potente de esas que te pone la piel de gallina, de las que te hace sentir que la imaginación es un líquido inflamable que te llevará a Rusia, a París y dónde haga falta subida en un agudo imposible para nosotros pobres mortales. O la de Iñigo Etayo (Dimitri) de galán de los años cincuenta, el pícaro con el que te perderías por las calles más desconocidas de San Petersburgo. O la de Carlos Salgado (Gleb) pura potencia y pura tragedia a la vez. La vis cómica impagable de Javier Navares (Vlad) y de Silvia Luchetti (Condesa Lily) o la elegancia absoluta de Angels Jiménez (Emperatriz Viuda). Y lo tenía claro, Anastasia el Musical está construido de lo mismo que están construidos los sueños: de ilusión, de talento, de ganas y de mucho amor.

Un cuento de una princesa perdida (Anastasia), de un pícaro entrañable que se acaba enamorando (Dimitri) y de un soldado que se da cuenta de que el mundo no es blanco o negro y aprende a respetar y admirar a aquellos que debería despreciar (Gleb). Y me reafirmé: nada hay de malo en dedicar una noche de tu vida a soñar como Anastasia con los brillos de la corte imperial vestida con los majestuosos vestidos diseñados por Linda Cho, con hombres y mujeres íntegros que sobreviven a las peores circunstancias sin perderse en ellas. Porque lo que se ve en el Teatro Coliseum en cada función de Anastasia es arte. Y del bueno.

3 comentarios

  1. Me ha convencido tu texto. Haré lo posible por encontrarme frente a esa Anastasia de los sueños y los hombres y mujeres que ponen su talento y su esfuerzo en “recrear” el Arte. Gracias.

  2. Merece la pena ver el musical, aunque hay grandes diferencias respecto a la película de animación, por lo que si esperas ver una fiel copia saldrás decepcionado. Los escenarios son espectaculares, lo mejor del musical.

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