En blanco y negro, como si en cualquier momento Ava fuera a salir de la Cibeles como si de la Fontana di Trevi se tratase. Solo que la Dolce Vita madrileña de la actriz americana tuvo más de tablaos flamencos, de resacas y de pavos que de ensoñaciones italianas. Y estupendamente, oye. Arde Madrid está ambientada en el año 1961, una época definida porque la dictadura franquista hizo sus primeros intentos de asomar la patita al exterior con una concepción del aperturismo un poco rara. La economía lo agradeció, de qué si no iban a a haberlo intentado, pero la represión social seguía campando a sus anchas… excepto si eras americano. Para las estrellas americanas esto de la falta de una libertad de prensa venía muy bien porque ¿Quién iba a tener las narices de sacar a Ava Gadner echando hasta la primera papilla si eso no era decoroso que lo vieran los cristianos de bien y podía cabrear a los Estados Unidos con los que estábamos intentando hacer buenas migas? Eso no significa que el ritmo de vida de la actriz no fascinara a propios y extraños, ni que no levantara algunas cejas de inquietud en el régimen. Y de esas contradicciones se aprovecha la serie de Paco León. Porque esta visión estilizada, en blanco y negro, no va de Ava aunque sí lo haga. Los verdaderos protagonistas son Paco, Pilar y sobre todo Ana Mari.
Ana Mari, lo tiene todo la pobre, es virgen, coja, muy de pueblo y encima la mandan de espía a la casa de su antítesis una actriz americana, divorciada, atea y a la que llamaban “el animal más bello del mundo” . Un choque de titanes y de visiones de vida. Porque mientras la Gardner podía meter en su cama a todos los hombres que quería, sus criadas estaban reprimidas por una educación que las ponía al servicio de sus maridos. Como dice Ana Mari que en el extranjero habrá Dios “pero no hay Franco” y eso cambia mucho las cosas. Y oye, eso no hay carisma que lo compense y eso que la Ava de Debi Mazar tiene todo el carisma y la fuerza de la Gardner, lo que hace que podamos perdonar que a veces caiga en una ordinariez que ni en sus momentos más disipados tuvo la artista americana. Borracha, sí, pero con glamour. Pero es que lo que hace Inma con Ana Mari es otra cosa, con esa frustración contenida bullendo siempre justo debajo de la piel, con esa fuerza sujeta con la misma decisión con las que mantiene el moño sujeto a base de horquillas, esa inteligencia que se vislumbra quiera el mundo o no. Cáustica, seca como la mojama y aún así el personaje más entrañable de todos los que pueblan Arde Madrid.. Dos mujeres que no podrían ser más distintas y que tampoco podrían estar más solas por mucho que estén rodeadas de gente.
Ocho episodios de aproximadamente media hora, con los que te ríes a veces a carcajadas y a veces con esa amargura que da el “me río porque es verdad”. Ava, brillante y disipada, intentando aspirar la vida a bocanadas; Perón viviendo aferrado a una idea de grandeza que contrasta con la cena recalentada que tiene delante y el servicio girando alrededor de ellos como un ecosistema peculiar y común a la vez… todos los personajes de Arde Madrid se consumen dentro de sus propias vidas porque el verdadero centro de la serie es el autodescubrimiento. Aunque queme.
De las mejores series españolas – si no la mejor- que he visto este año.