El caso Alcasser: las imágenes de archivo no pueden suplir la reflexión

Todo español que a principios de los 90 tuviera uso de razón recuerda la mañana de enero de 1993 en la que aparecieron los cadáveres de tres mujeres jóvenes que enseguida se confirmó que pertenecían a Míriam, Toñi y Desirée, las llamadas “niñas de Alcàsser”, un grupo de amigas que había salido una tarde-noche en noviembre de 1992, a quienes sus padres y las fuerzas de seguridad el Estado buscaban sin descanso desde entonces.

El despliegue mediático fue se asemejó más a una bestia dispuesta a fagotizar a todos los protagonistas de la historia, que se convertían en víctimas más o menos dispuestas de ese frenesí informativo alimentado a base de morbo y teorías sin fin. “A veces en el sufrimiento la gente también disfruta”, se escucha en El caso Alcàsser y probablemente sea una de las verdades más feas que guarda dentro de sí el ser humano. Y la humanidad tiene un armario repleto de esqueletos a cada cual más terrible. Han pasado veintisiete años y después de ver el documental de Netflix creo que puedo decir sin temor a equivocarme que no hemos aprendido nada.

De impecable factura y con un montaje que no deja fuera en ningún momento a los documentalistas y periodistas que están detrás de este acercamiento a lo que pasó, y tras haber visto Muerte en LeónEl caso Asunta (Operación Nenúfar) en la misma plataforma, esperaba que en El caso Alcasser se ahondara más en las causas de aquel delirio colectivo, en por qué se cruzaron todas las líneas rojas en los medios de comunicación y nadie dio ninguna alarma ni siquiera cuando esas líneas eran ya un puntito en la lejanía. 

A cambio nos vuelve a contar lo que ya se ha contado mil veces antes: Nieves Herrero transformó el salón musical de Acàsser en un plató desde donde emitió uno de los programas más vergonzantes y bochornosos de la historia de la televisión  española. ¿Quién sabe dónde? tampoco perdió ripio, pero el equipo de Nieves fue más rápido. A Lobatón le ha salvado de la nueva quema – después del estreno del documental las redes de Nieves estaban que ardían- porque ha tenido el valor y la dignidad de  aparecer en el documental asumiendo su responsabilidad y demostrando a¡cara al público que le ha dedicado más de un pensamiento a aquella noche y madurado las ideas. Nieves no. Y quizás ese ha sido su error, porque ha dado pie al documental de olvidar que un programa de televisión no lo hace solo la presentadora: aquella noche había alguien dando órdenes por un pinganillo, cámaras, técnicos de sonido y, lo más importante, productores y directivos de cadenas.

Las preguntas que hizo Nieves Herrero aquella noche fueron dolorosas, inadecuadas y hasta crueles. Por eso es fácil olvidar que no fue la única en florecer bajo todo el estiércol  de morbo que hubo en el caso Alcasser. De hecho veintisiete años después ahí está El caso Alcasser, enseñando de nuevo todas las imágenes de la familia rota de dolor, dando cancha al padre a airear su dolor, creando otra vez una historia de héroes, víctimas, villanos y misterios… Quizá lo más loable del documental sea que pone en el sitio que le corresponde como villano al periodista Juan Ignacio Blanco.  En cada uno de los cinco capítulos El caso Alcasser reflexiona sobre la telebasura, la explotación del dolor y la vulneración de cualquier ética periodística. En el último de los episodios hace una reflexión feminista y sobre la perspectiva de género muy interesantes pero apresuradas. Como si se hubieran acordado a última hora de esa faceta (que por cierto, otorga uno de los testimonios con mayor carga reflexiva). 

El caso Alcasser sirve para descubrir aquel terrible crimen a las nuevas generaciones y plantea alguna pregunta interesante. Pero al final querer estar en misa y replicando (criticar la morbosidad de los programas que dieron el pistoletazo de salida a la  prensa amarilla brutal en este país mientras se emiten exactamente las mismas imágenes que entonces) provoca una cierta sensación de dispersión, de que cualquier conato de reflexión quedará ahogado por las lágrimas en riguroso directo de tres familias. Porque sí, veintisiete años después,  “A veces en el sufrimiento la gente también disfruta”.

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