Atravesar los confines del universo conocido no es una empresa baladí. No resulta muy difícil imaginar qué hubiese sido de los viajes del USS Enterprise si Montgomery Scott no hubiese estado en la sala de máquinas, ejercitando episodio tras episodio esa mueca de angustia tan característica cada vez que su capitán le pedía lo imposible. “Necesitamos más potencia, Scotty”, exclamaba el temerario James Tiberius Kirk pese a las reticencias de su ingeniero jefe, incapaz de convencerle de que los motores ya trabajaban al máximo de su capacidad. Pero lo hacía, pues su trabajo no era otro que superar una y otra vez los límites de su preciada nave.
Una vez concluida la temporada 3 de Star Trek: Discovery nos preguntamos si a Alex Kurtzman y su equipo no les hubiese venido bien un especialista del calibre del escocés para mantener su serie a velocidad de crucero. Y es que tras unos comienzos vacilantes, la ficción parecía haberse afianzado con una segunda tanda de capítulos clamorosa y que exigía una continuación que apuntalase los cimientos de un nuevo ciclo televisivo para la veterana franquicia.
Para lograrlo, sus responsables apostaron por la deconstrucción del universo trekkie, presentando una línea temporal alternativa en la que la Flota Estelar no era sino la sombra de lo que una vez fue. Un punto de partida desolador y que introducía cierta imprevisibilidad a una fórmula que pareció funcionar durante un tiempo pero que con el paso de las semanas fue incapaz de concretar su propuesta.
Bien es cierto que la serie ha recuperado ese sentido de la aventura tan arraigado en los orígenes de Star Trek, e incluso se ha esforzado por dedicar un mayor metraje a aquellos miembros de la tripulación que hasta ahora apenas habían tenido voz, como la teniente Detmer u otros oficiales como Owo. Sin embargo, el continuo deambular por la galaxia de la comandante Burnham y sus camaradas ha tenido un coste, y ese ha sido la coherencia de un arco argumental decidido a postergar en demasía algunos de los puntos clave de la temporada.
La irrupción tardía de la pérfida Osyraa y la intermitente búsqueda del origen de la Quema no ayudaron a mantener el ritmo y el interés de un relato que por momentos parecía avanzar sin rumbo ni objetivo. Cuesta entender la mala programación de los dos capítulos de Terra Firma, esa extraña despedida del reverso oscuro de Philippa Georgiou que no sólo retrocedía a una etapa ya superada de la ficción sino que además frenaba en seco el avance de la trama central justo cuando parecía precipitarse su conclusión.
Tampoco convence la exigua aportación a la narrativa de algunas de las nuevas incorporaciones como Adira, por mucho que el fichaje de Blu del Barrio lance un poderoso mensaje para la industria. O la falta de ambición de un episodio final que, a pesar de la excelente factura visual de la serie, queda muy lejos de lo exhibido durante la batalla contra Control que cerró la temporada 2.
Star Trek: Discovery necesitaba reivindicarse y consolidarse como el faro de los futuros proyectos de la licencia, algo que todavía no parece haber conseguido. No se le puede acusar de no asumir riesgos, ni de errar a la hora de armonizar sus nuevas ideas con el legado de la saga. Para muestra, ese tributo a El Guardián de la Eternidad que no pasó desapercibido entre los enamorados de la serie original. Pero hace falta mucho más para que sus historias consigan calar hondo en un canon que invita a alcanzar lugares donde nadie ha podido llegar.